Nuestros queridos y olvidados cementerios
En el resto de Europa pervive una cultura en torno a los cementerios muy distinta de la española. Aquí la muerte, como tema tabú, arrastra todo lo vinculado a ella hacia el olvido. Y, como prueba de ello, habría que preguntarse cuánta gente visita los camposantos fuera del día de todos los santos.
Sin embargo, en Francia, Inglaterra… los cementerios se hallan más integrados en las ciudades, en la vida cotidiana (vaya paradoja, por cierto). Se cuidan mucho -son “hermosos” como parques a pesar de lo que albergan-, e incluso figuran en las guías turísticas como lugares que merece la pena visitar.
Y doy fe de que es así, no hay más que pasear por el cementerio de Pére Lachaise o el de Montmartre en París, o el HighGate en Londres. Enclaves preciosos, muy tranquilos -obviamente-, repletos de verdor, salpicados de panteones y monumentos mortuorios que constituyen auténticas obras de arte. Incluso te facilitan mapas donde aparecen señaladas las tumbas de los famosos enterrados allí.
Sólo en Pére Lachaise, por poner un ejemplo, puedes contemplar las últimas residencias de Balzac, Óscar Wilde, Sarah Bernhardt, Albert Camus, Chopin, Auguste Comte, Delacroix, Jim Morrison, Ingres, Modigliani, Marcel Proust, Edith Piaf… Podría seguir bastante rato.
Poco a poco, en España se va siendo consciente del patrimonio que tenemos en esos recintos (también tenemos nuestros famosos enterrados), y algunos grupos empresariales ya están financiando la restauración y conservación de cementerios de indudable valor, como los de Poblenou y Montjuic en Barcelona (cuyas tumbas llevan la firma, en ocasiones, de gente tan importante como Gaudí). El Ayuntamiento de esa ciudad incluso ha editado un tríptico sobre un recorrido turístico por ellos.
Muchos de esos recintos son enclaves antiquísimos (el de Zaragoza se inauguró en torno a 1830, pero en España tenemos cementerios del siglo XVII, por ejemplo). Sin duda ese tipo de lugares siempre tendrán encanto para los aficionados a lo gótico y lo esotérico, sobre todo por la noche.
Pero más allá de ese tipo de estéticas y aficiones, hemos de aprender a valorar y normalizar la compañía de esos jardines que aglutinan las moradas definitivas. Y a cuidarlos. Son parte de nuestra historia, un atisbo del pasado encajado entre la vida.