Filtraciones de agua en las sepulturas del cementerio de El Salvador en Vitoria
Los históricos registros de lluvia de enero y febrero de este año en Vitoria, las inundaciones de cientos de hectáreas de cultivos por el desbordamiento de ríos, arroyos, y acequias y la aparición de manantiales antes nunca vistos, vuelven a poner de actualidad decisiones políticas que demuestran el desprecio de las autoridades por el conocimiento científico del entorno y por los consejos de los expertos.
En los años sesenta, ante la necesidad de construir un nuevo cementerio, el Ayuntamiento de Vitoria encargó un trabajo a la Compañía de Investigaciones y Explotaciones Petrolíferas, S. A. (CIEPSA), que andaba por el territorio en busca de bolsas de hidrocarburos.
Sus geólogos analizaron el suelo del municipio palmo a palmo en un estudio que se consideró modélico. Pero no fue interpretado correctamente por carencia de geólogos en la Administración, según recuerdan en la Facultad de Ciencia y Tecnología de la Universidad del País Vasco, donde este episodio-leyenda se cuenta de promoción en promoción como uno de los ejemplos de lo que no se debe hacer nunca.
Flujos del acuífero
El informe, que acabó en un cajón, aportaba con sus mapas las cotas del nivel freático -debajo de Vitoria y sus alrededores tenemos un acuífero denominado Cuaternario- delimitándose algunas zonas en las que se aconsejaba no construir por la cercanía del suelo al agua.
Curiosamente, en una de las zonas más sensibles de este mar subterráneo, se construyó el mayor aparcamiento de la ciudad: el cementerio de El Salvador. Los expertos colocan aquí uno de los flujos principales del acuífero en dirección a Arkaia y la balsa de Zurbano. El espesor de los depósitos varía entre los 2 y los 10 metros.
El cementerio se construyó a pesar del sesudo informe y entró en funcionamiento en enero de 1973. En cuanto empezaron los primeros enterramientos a partir de los 2,5 metros obligatorios de profundidad para una tumba, surgieron los problemas. Las cajas de los fallecidos, especialmente en las zonas comunes, se cubrían de agua.
Las quejas de los familiares obligaron al Ayuntamiento a suspender las inhumaciones durante un tiempo -se volvió a enterrar en Santa Isabel- hasta que se encontró la solución: cofres de hormigón, obras importantes de saneamiento para un buen drenaje y bombas de achique en los casos extremos. El mantenimiento de esa red es fundamental para impedir las filtraciones.
El cementerio cumplió en enero 40 años y el problema de las tumbas encharcadas parece encauzado. De vez en cuando, surge el problema y los que lo saben piden que sus familiares no estén en la última fila, en la posición más cercana al suelo. Por si acaso. Uno va allí a que le den tierra, no a que le pasen por agua