El misterio del cementerio de lápidas funerarias en Texas
En Texas todo es a lo grande y por ello es frecuente que se llegue a extremos. Un caso de este estilo generó un misterio que en un principio resultó inquietante: una mujer de Waxahachie, un suburbio al sur de Dallas, encontró en una cañada cercana a su casa un tiradero de lápidas funerarias, según el relato de la televisora local WFAA.
Había tantas lápidas de piedra en el sitio que eso parecía todo un cementerio, pero no uno tradicional. Eran las propias lápidas las que yacían allí, algunas rotas, muchas con nombres de fallecidos e inscripciones religiosas o de aspiración trascendental y remembranza.
Verdonna Haas, la descubridora del sitio, dijo a la WFAA que mirar el lugar «daba miedo» y hasta llegó a pensar que era algo relacionado con algún culto al demonio, algo malvado.
Encontrar lápidas fuera del sitio para el que fueron concebidas abre muchas preguntas. ¿Cómo llegaron allí: por un saqueo, un extraño culto, un error? ¿Fueron arrancadas de su lugar original y dejaron una tumba y un cuerpo sin identificar, desarraigado así de sus deudos? O, más tétrico aún, los restos de las personas a las que corresponden esas piedras podrían estar también allí, junto a las lápidas en un barranco ajeno?
Nada de eso fue el caso del descubrimiento hecho por Haas. Según la WFAA, Haas investigó y detectó que lápidas con los mismos nombres que las que halló en la cañada estaban presentes en un cementerio cercano, y otras en camposantos en Dallas.
El misterio tiene una explicación nada espeluznante y una razón más bien de tipo práctico o funcional. Perry Giles, un hombre que se dedica al negocio de grabar inscripciones en roca, sobre todo en monumentos funerarios, afirmó que fue él mismo quien labró y después desechó, arrojándolas a la cañada.
¿La razón? Habían sido rechazadas por sus clientes o tenían errores y faltas de ortografía en las inscripciones o porque simplemente resultaron no ser de su agrado. Giles contó a la WFAA que una vez que una lápida de granito es grabada, ya no hay marcha atrás, no hay manera de corregirla ni de modificarla si algo no es del gusto del grabador o del cliente que la ha ordenado.
Y el problema adicional es que no es fácil deshacerse de esas pesadas rocas, no hay basurero donde desecharlas o incinerador que pueda con ellas. Así que Giles simplemente las botó en la cañada de Waxahachie, donde esperaba que las lápidas reposaran en paz para siempre, o al menos poder descansar de ellas.
Pero el descanso eterno parece que no se hizo para ellas, al menos por el momento.