Cementerios
La mayoría tiene un contacto discontinuo –el entierro de parientes o amigos muy íntimos– y anual –el día de los difuntos–, es decir escaso, con los cementerios, que por tanto son en general poco y mal conocidos. En el entierro del pariente nuestra atención no va más allá del encierro del ataúd o de la urna con las cenizas, y el día de los difuntos se convierte en una batalla de flores.
Sin embargo hay cementerios famosos y muy visitados, como el nacional de Arlington, con cientos de tumbas de soldados estadounidenses; el Pére Lachaise de París, con los enterramientos de Moliere, Balzac, Chopín, Oscar Wilde, Edith Piaf-; «el Cementerio Feliz» de Rumanía, el Mirogoj de Croacia, con uno de los parques más bellos de Europa- Pocos saben del cementerio incluido en la lista de Patrimonio de la Humanidad; el llamado «Cementerio del Bosque» de Estocolmo. Y no poca gente va en peregrinación a ciertos cementerios, como el recoleto de Collioure, al que peregrinamos muchos españoles, a poco de pasar la frontera con Francia, para visitar la tumba de Antonio Machado, que está repleta de signos republicanos y de poemas manuscritos, allí dejados por poetas peregrinos.
En Córdoba capital tuvimos un cementerio de desgraciada memoria, el llamado de los protestantes, un auténtico «corral de muertos» en la zona del arroyo de Las Piedras, al que iban a parar los restos de extranjeros sin familia, o de los suicidas o de quien en opinión de la Iglesia Católica no merecía ser enterrado en cristiano. Allí mandó al hijo del famoso funerario «Moreno el de los muertos», porque había fallecido en accidente –es decir, sin confesar– tras una vida licenciosa, liado con la bailaora La Tomata.
Este fue uno de los comportamientos más crueles que he conocido. Durante años Moreno había organizado codo a codo con la Iglesia los entierros de lujo: él ponía el coche de caballos –con doradas gualdrapas, cochero con chistera– que transportaba el ataúd y encabezaba el cortejo fúnebre –a pie desde el templo al cementerio– y la Iglesia, tres curas con capa, que lo presidían.
El Ayuntamiento cordobés, al que sacó las vergüenzas un biznieto del pintor Francis William Topham, tuvo la feliz idea de trasladar los enterramientos y lápidas del corral denigrante de los protestantes al cementerio de San Rafael. Por cierto que este cementerio cordobés es muy bonito e interesante, digno de ser paseado. No solo por las curiosidades, por ejemplo, del mausoleo de «Calerito», con la cabeza en mármol del torero, y el de ese señor que está reproducido a tamaño natural en el suyo, sino porque limpio y bien ordenado, contiene tumbas muy atractivas y lápidas antiquísimas de pizarra, con datos y nombres que son ya historia, que a toda costa hay que tratar de conservar, porque los titulares de hoy las van substituyendo por lápidas de mármol negro tan anodinas como repetidas, cada vez que hay un nuevo entierro. No creo que el cementerio conserve las substituidas; al menos yo no las he visto almacenadas.
Es verdad que los descendientes de los primitivos titulares tienen todos los derechos sobre las antiguas, pero pueden –si se les sugiere– cederlas al cementerio, que debiera ir formando una colección que estaría llena de bellezas y datos históricos. Pero romperlas y titarlas al substituirlas, no. ¡Por favor!
En este cementerio de San Rafael, como en el de La Salud, están desde hace tres años, los Muros de la Memoria, en los que constan los nombres de 2.292 víctimas (se calcula que fueron 3.800) de la represión de aquella Córdoba fascista de los años 1936 y siguientes. Cifras escalofriantes si se considera que a Córdoba, alejada de los frentes, no llegó la guerra, sino el odio que la lucha fraticida incubó. ¡Aquellos fusilamientos del maldito don Bruno! Algunos cordobeses los iba a presenciar en plan de feria o por la mañana a pasar revista a los cadáveres, y a ellos asistía un sacerdote que los bendecía, dando cobertura religiosa a tales tropelías.
Córdoba forma parte de la «Ruta Europea de Cementerios», creada por la Asociación de Cementerios Significativos de Europa, «por el gran valor cultural y arquitectónico del cementerio de Nuestra Señora de la Salud», que es especialmente querido por mí, ya que en él está el mausoleo familiar, creado por mi padre con escasa antelación a su muerte prematura.
Tiene panteones muy bellos, muchos como capillas: Marqués de Cabriñana, familia López Cubero, Marqueses del Mérito, «Guerrita», Rafael Cabrera Pérez de Saavedra, Condes de Casillas de Velasco, Marquesa de Conde-Salazar- El de Manolete, con la estatua yacente de Ruiz Olmos, al que un bestia defensor de los animales rompió la nariz- Y figuras espléndidas, como el ángel alado de belleza femenina del panteón de la Familia García Obrero. Cuidemos de que al rehabilitarse panteones abandonados, como se proyecta, no vayan los huesos de sus ilustres fundadores a una fosa común.