Profanan tumbas y roban ornamentos en los dos cementerios judíos de Guanabacoa (Cuba)
Guanabacoa, un pueblo colonial al sureste de La Habana donde se creó la primera alianza africana para aliviar la difícil situación de los esclavos en Cuba, es un hogar un tanto improbable no solo para uno, sino para dos cementerios judíos, ambos con más de un siglo de antigüedad.
Ellos no son los únicos lugares donde los judíos están enterrados en la isla, pero su ubicación estratégica, a media hora en auto de la capital, les otorga mayor prominencia. Tengo una pasión -tal vez incluso una obsesión- con los cementerios. He visitado los cementerios judíos en incontables ocasiones. Su estado, podría decir, es un espejo de la sociedad que los rodea: cuando los judíos prosperan, sus cementerios resplandecen; cuando están en peligro, las tumbas están en desorden.
En los casos de los dos cementerios de Guanabacoa, el desorden es, en gran medida, una expresión de lo que la comunidad judía ha desandado a través de los años: exilio, abandono, olvido. En su apogeo, Cuba tenía una población de alrededor de 10,000 judíos. La isla fue un destino popular para los judíos de América. Meyer Lansky ayudó a construir un hotel en el Malecón, en la hermosa zona costera de La Habana.
En 1959, la revolución de Fidel Castro puso un freno a la vida judía en el país. La gente escapó en hordas, con una gran comunidad que terminó radicándose en Miami El embargo estadounidense ha obligado a mantener esa presencia en números bajos. Dependiendo de a quién usted le pregunte, hay entre 750 y 1,500 judíos en Cuba hoy. Una gran parte de ellos son conversos o resultado de matrimonios mixtos que se identifican como judíos.
De alguna manera, el lamentable estado de los dos cementerios podría ser visto como un reflejo del abandono y las circunstancias que los restantes judíos de La Habana han experimentado durante décadas bajo el régimen comunista de Castro -al menos hasta la década de 1990, cuando el gobierno levantó muchas de sus restricciones en las comunidades religiosas y se les permitió a los judíos cubanos viajar libremente a Israel y a sus correligionarios de América visitarlos en la isla.
Sin embargo, este no es el origen de la rabia que sentí ante la profanación de las tumbas. Incluso Ruth Behar, antropóloga de origen cubano de la Universidad de Michigan y quien visita regularmente a Cuba y me acompañó en este viaje, se sorprendió al ver estos dos cementerios. Las tumbas han sido objeto de vandalismo, las piedras de mármol están rotas en pedazos y sus fragmentos puestos de vuelta en su lugar.
Del interior, los huesos fueron robados. Le pregunté a Behar y a mis otros compañeros de la comunidad judía si estos daños eran algo nuevo. Me dijeron que se veía visiblemente peor ahora, pero la profanación no era algo inaudito. Tampoco es exclusivo de los cementerios judíos. Por ejemplo, se mencionó que algunos actos profanatorios ha tenido lugar en el Cementerio Colón, el principal cementerio de La Habana, ubicada en el barrio del Vedado y construido en 1876. Sin embargo, los actos de vandalismo son de menor importancia. Más casos ocurren en los cementerios chinos.
En cualquier caso, estuvimos de acuerdo en que las lápidas judías han sufrido mucho en los últimos tiempos. Les pregunté sobre la causa y recibí tres explicaciones: La primera es la sospecha popular de que los judíos entierran a sus muertos con sus joyas. La revolución de Castro organizó programas de educación a nivel nacional que han dado sus frutos.
El porcentaje de analfabetismo es minúsculo en comparación con otros países de América Latina. Igualmente, los esfuerzos estatales para eliminar la pobreza, tanto en las ciudades como en el campo, han sido eficaces. Sin embargo, la economía cubana está en ruinas. El país que una vez sobrevivió como parte de su lealtad a la Unión Soviética, ahora es dependiente del petróleo venezolano y de otros productos entregados por Venezuela en virtud de las empatías políticas. En otras palabras, la búsqueda de tesoros en tumbas, sobre todo en los cementerios judíos, no es accidental.
La segunda explicación es mucho menos creíble. Desde que Raúl Castro asumió el mando del gobierno por la enfermedad su hermano enfermo, Fidel, la empresa privada la emergido notablemente en la isla, con restaurantes que se abren, bienes raíces que se venden, la industria de la construcción que se expande y así sucesivamente.
El mármol es una mercancía con valor de mercado. El problema con esta explicación es que, en lo que pude apreciar, las tumbas, a pesar de que están rotas, no han perdido sus mármoles. La tercera explicación -y sin duda la más preocupante- tiene que ver con las prácticas religiosas en Guanabacoa. En la década de 1920, la ciudad tenía varios negocios de ropa a cargo de judíos, incluyendo Sedanita, propiedad de un judío americano del Lower East Side.
Pero la ciudad es más conocida por la santería, una creencia sincrética del Caribe que combina elementos rituales del África occidental con motivos cristianos. Menos conocida es otra religión de origen africano que se apoderó de Cuba: se llama Regla de Palo Monte o sencillamente Palo Monte. Uno de los rituales de Palo Monte requiere el uso de los huesos de la gente no bautizada. Estos huesos provienen de cementerios judíos y chinos. Los huesos judíos son los únicos que se utilizan para alejar el mal de ojo.
Esta última explicación me dejó atónito. Le pregunté Behar si el gobierno cubano hace algo para detener a los practicantes de Palo Monte. Ella dijo que son parte de una religión de la época colonial con un creciente número de adeptos en el país, y no es probable que las autoridades gubernamentales intenten socavarla, ya que juega un papel central en la identidad colectiva de la nación.
¿Pero debe esa identidad colectiva ser construida deshonrando a los muertos de otras religiones, en este caso los judíos?
Si bien toda mi estancia en Guanabacoa no duró más que un par de horas, he soñado con ella repetidamente. La sensación que conservo es de incredulidad, por no decir inquietud. Tolerante como uno debe ser de las prácticas culturales de los demás, no puedo -no podré- apaciguar mi indignación.
Los muertos son nuestro pasado. Nuestra fundación.
Artículo publicado en The Jewish Daily Foward y traducido por CaféFuerte con la autorización expresa de su autor.