El único muerto en el cementerio cacereño
De acuerdo con los criterios del espiritismo, un fantasma sólo puede aparecer por sí solo –es decir, sin necesidad de ser convocado–, en aquellos lugares donde alguien haya muerto, por lo general, de manera trágica o violenta. En buena lógica, a pesar de nuestros más arraigados y ancestrales temores, un cementerio parece ser el sitio menos apropiado para encontrarse de bruces con un espectro.
No es habitual que alguien muera en un recinto donde sus inquilinos se caracterizan, precisamente, por haber finado en otros espacios y situaciones. Quizá esta ausencia de espíritus en las necrópolis motivara a algunos pueblos del norte de Europa a realizar sacrificios rituales o ejecutar un reo previo a su inauguración, para que el espíritu de la primera persona allí enterrada sirviera como «guardián del cementerio».
La posibilidad de vislumbrar un fantasma en un camposanto como el de Cáceres es, por tanto, muy remota, aun en el caso, como a más de uno alguna vez le ha sucedido, de no atender a la hora de cierre y sorprendernos el anochecer. Sin embargo, en honor a la verdad, debemos señalar que en los anales de nuestro cementerio municipal consta que al menos una persona falleció, si no en el interior, sí a sus puertas.
Se trataría de Juan Jacobo de la Riva y García, que fue alcalde de la ciudad en varias ocasiones (1897, 1899-1901, 1903 y 1909). En palabras de su amigo Publio Hurtado, era un «hombre desprendido y muy popular»; y según el Conde de Canilleros, era «cordial, espléndido, alegre, bueno y caballero (…). Su único defecto (…) era la afición al alcohol; pero hasta en los momentos de embriaguez conservaba un señorío y una corrección intachables».
A pesar de tan buena fama y posición, acuciado por problemas económicos y ahogada su desesperación con licor, la noche del sábado 20 de septiembre del año 1913 –ahora, precisamente, se cumple un siglo del fatal suceso– se descerrajó un tiro en la sien frente a la entrada del comúnmente conocido como cementerio viejo. La cotidianidad de las desgracias ajenas –esas mismas que, en la actualidad, apenas nos conmueven– se mezclaba, en este caso particular, con el romanticismo de un emplazamiento donde, por la misma época y en otras ciudades, se puso de moda quitarse la vida.
El periódico El Bloque, en su edición del 24 de septiembre, destacaba que «su carácter franco y expansivo, y las muchas relaciones con que contaba entre todas las clases sociales de nuestra ciudad, han hecho que su muerte prematura e imprevista haya producido general sentimiento». Sirvan estas líneas como homenaje a un alcalde apenas recordado, cuya memoria, si no su espíritu, siempre estará presente en la historia de nuestro cementerio.