Rituales funerarios de adiós
Los bailes forman parte de ritos funerarios desde la noche de los tiempos. La muerte es una despedida. El muerto se va de viaje y los vivos danzan, beben hasta emborracharse y comen hasta hartarse para acompañarlo en sus primeros momentos, para lavar todo lo feo que pueda haber. «Los muertos están vivos», he oído decir muchas veces.
En alguna región de Colombia asistí a velorios en los que los asistentes bebieron y bailaron durante toda la noche hasta caer extenuados. Casi todos los pueblos primitivos bailaban, y muchos siguen haciéndolo en nuestros días para despedir a los muertos, tenerlos contentos y que sean propicios a las personas, a las cosechas y a los ganados.
Negarse a ello era resistirse a la orden divina. Era tanto como ir contra la voluntad de los dioses. Los bailes que hemos podido ver estos días en las calles cercanas a la casa de Nelson Mandela están dentro de esta tradición de ritos funerarios.
Si el alma no va contenta puede quedar enganchada en los espejos, en algún recoveco de la casa y causar perjuicios a los moradores por no haberse comportado bien con ella. La liberación del sufrimiento que aflige y agobia al pobre humano puede llegar a través del vino y la danza.
Es una poderosa corriente de religión y creencias emocionales arraigadas profundamente en el corazón humano y manifestado universalmente en ritos que van de los alumbrados a los derviches musulmanes, los chamanes siberianos, los primeros cuáqueros. En estos bailes arraiga precisamente la tragedia griega. África lo demuestra en ocasiones como ésta.
Las cosas se tornan transparentes cuando se despojan de su singularidad. La transparencia elimina lo otro, lo extraño. Lo sagrado no es transparente; más bien traza una borrosidad misteriosa. Lo santo, lo sagrado, el misterio sólo se puede alcanzar indirectamente por caminos de meandros, a veces, retorcidos.
Decía Nietzsche que todo lo profundo necesita una mascara. Lo completamente otro, lo nuevo, prospera solamente detrás de una máscara que protege de lo igual.
«La herencia de nuestros padres, que vieja como el tiempo hemos recibido, ningún razonamiento podrá derribarla», escribió Eurípides. Todo lo que descansa en sí se demora en sí mismo. Nuestra sociedad entiende mal los rituales porque no son operacionales para la aceleración de los ciclos de la comunicación y la producción.