Gestionar la muerte para labrarse la vida
Diez alumnos coronaron con éxito hace bien poco el curso de Gestor Funerario creado hace cuatro años por Churruca Formación, centro de enseñanza referencial en San Sebastián. Otros seis lo empiezan casi inmediatamente y lo terminarán cuando el verano sea ya otoño. Estudiarán siete módulos comenzando por una introducción a la Tanatopraxia, definida como ‘el conjunto de prácticas que se realizan sobre un cadáver desarrollando y aplicando métodos tanto para su higienización, conservación, embalsamamiento, restauración, reconstrucción y cuidado estético, como para el soporte de su presentación’.
Los libros de texto y Wikipedia inciden en que dicho proceso se realiza «de acuerdo con las normas higiénico-sanitarias procediendo a las extracciones que formalmente se soliciten, respetando los diferentes ritos religiosos y manejando técnicas y habilidades relacionadas».
Respetando, por supuesto, todas las diferentes normativas del derecho y la legislación funerarias para lo que los alumnos habrán de hacer buen uso de uno de los textos imprescindibles para quienes desean labrarse su futuro gestionando la muerte de los demás (o incluso la propia): ‘Derecho funerario. Legislación para funerarias y cementerios’ escrito por el abogado Juan Antonio Fajardo Ureña. Sus 300 páginas analizan desde quiénes son los ‘sujetos del servicio funerario’: familiares, albaceas, empresas funerarias, tanatopractores, forenses, marmolistas… floristas; hasta la consideración sanitaria de un cadáver, unos restos, unas cenizas.
Mayormente, la normativa de las distintas policías sanitarias mortuorias considera ‘cadáver’ a un cuerpo humano durante los cinco años siguientes a su muerte real. Una vez terminado el proceso de destrucción de la materia orgánica, se entra en la consideración de ‘restos’. En cuanto a las cenizas, se definen como ‘lo que queda del cadáver o restos después de ser destruidos por la acción del calor’. Cada una de esas definiciones tiene relevancia para su manipulación, exhumación o traslado.
No es el único libro que manejarán los ‘doctorandos’ en gestión funeraria. Hay uno que nos hace acordarnos de Jamie Lee Curtis interpretando a Shelley, la maquilladora funeraria del filme ‘Mi chica’ con Macaulay Culkin. Se trata del volumen 3, dedicado al instrumental y las técnicas para la ‘Conservación y embalsamamiento de cadáveres’, cuyo conocimiento resulta imprescindible para lograr el certificado de profesionalidad de Tanatopraxis.
Escrito por colaboradores del Grupo de Investigación de Antropología Física del Departamento de Medicina Legal, Toxicología y Antropología Física de la Universidad de Granada, el libro presenta los instrumentos cilíndricos y de metal que, introducidos en las arterias del cadáver inyectarán los productos químicos necesarios para su conservación o embalsamamiento y explica el uso reservado a los tubos de aspiración: evacuar gases, sangre, fluidos, tejidos. Se estudian después los productos y fórmulas conservantes para pasar a practicar suturas herméticas o continuas.
Será ya en las salas, cuartos o boxes reservados para ello en los tanatorios donde los alumnos se enfrenten a la manipulación, limpieza y desinfección de un cuerpo humano tras observar la presencia o ausencia de los siguientes fenómenos: livideces, coloración, rigidez, abdomen hinchado, heridas, costras o edemas y verificar la existencia de prótesis o marcapasos. La edad, el estado de descomposición y el efecto de drogas, alcohol o fármacos son extremos a ser tenidos muy en cuenta por el aspirantea tanatopractor.
El libro de los muertos
Fue en una de esas clases prácticas, impartida por la tutora del curso Charo Cava en el Tanatorio del Txingudi situado en el polígono Txiplao de Hondarribia, donde nos encontramos con tres alumnas casi diplomadas en el curso de Gestor Funerario. Lorena Anaut, gótica de sentimientos e imagen y tafallesa por origen, ha efectuado la mayoría de sus prácticas en el tanatorio Ciprés de la ciudad de los campos cultivados y la fiesta grande en honor a San Sebastián.
Amaia Rojo, psicóloga de formación, ya colabora con un tanatorio en cuestiones de tramitación de traslados y papeleo de seguros de decesos. Rocío Ramírez, andaluza, al quedarse en el paro tomó la decisión de no reciclarse en ninguna de esas profesiones donde ya hay superavit de pretendientes para un puesto de trabajo: peluquería, hostelería, auxiliar administrativo o sanitario. Se apuntó por lo tanto a este curso de gestión funeraria y allá por mayo estaba a punto de enfrentarse a la sensación extrema de colocarse ante un cuerpo muerto y tratar de prepararlo para su tránsito a otras dimensiones.
Sin poder, eso no, rodear al difunto de las fórmulas mágicas que los embalsamadores de los antiguos egipcios escribían en las vendas de las momias para que el viaje al más allá les resultase ligero y lograran la protección de los seres del Inframundo.
Los alumnos del curso de Churruca Formación reciben clases de Historia. De Historia Mortuoria. Un puñado de reseñas históricas sobre ‘Técnicas de Conservación Cadavérica’. Descubren que el origen de la tanatopraxia se remonta a la primera dinastía del Antiguo Egipto, ya en el 3.200 a. C. En Siria, Persia y Babilonia el cadáver se sumergía en miel o cera. En las Canarias el cuerpo se untaba por dentro y fuera con sal, manteca y piedra pómez antes de ser expuesto al sol…
Las tres alumnas, cada una con una historia, unas memorias y unas inquietudes espirituales y personales distintas, comentan cómo el contacto con la muerte ha reforzado sus lazos con la vida. Recuerdan un cadáver extraido de las aguas. No tenía rostro, era solo una calavera y por eso quizás no les impactó como ser humano. Pero tardaron días en sacudirse el halo de su hedor a Muerte. Más doloroso es cuando el fallecido tiene cara. Lorena y Amaia recomiendan a Rocío que coja la mano del humano que yace sobre la tabla quirúrgica.
Le advierten que aunque, para consolarnos, nos hablen de muertes dulces y de que no falta quien la recibe como una liberación o un tránsito, el último segundo, cuando tu cuerpo percibe que deja de existir, debe ser tremendo pues el rostro se nos crispa. Por tanto, la satisfacción de un buen tanatopractor es, dicen Amaia y Lorena a Rocío, devolver a ese cuerpo, a esa cara, la sensación de que todo pasó y que ahora vive el sueño eterno.
El niño dormido y el zombie
Los alumnos del curso de Gestión Funeraria se enfrentan a abismos importantes en su estudio del Tránsito. Amaia reconoce que desde que se graduó mira con cierta inquietud a los suyos cuando duermen. Percibe, como no lo sentía antes, lo parecido que es el sueño a la muerte y se alegra más que nunca cuando despiertan. Como pragmática gestora, alaba a aquellos seres vivos que se acercan a los servicios funerarios a gestionar personalmente el capítulo de su muerte. Lorena, exquisita y delicada como tanatopractor, mira a los zombies del cine de horror de frente y los clasifica ya entre los que cumplen con su maquillaje las leyes de la putrefacción y los que son pura filfa de efecto visual.
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