Turismo de cementerios
Los cementerios son un espejo en miniatura del lugar al que sirven. Todas las tendencias artísticas, los modelos urbanos y los fenómenos sociales se van reproduciendo en ellos, no sólo los cambios en el gusto, sino también en el conjunto de la sociedad. En las tumbas, panteones y lápidas se pueden descubrir personajes ilustres, leyendas olvidadas y fragmentos de un pasado que ha dejado su huella en monumentos y esculturas.
En el cementerio judío de Smíchov (Praga), por ejemplo, se ve cómo en la segunda mitad del siglo XIX los textos alemanes dan paso a las inscripciones en checo, y en el de Ahlat, en el lago Van (Turquía) son visibles las habilidades de los canteros armenios que produjeron las bellas estelas funerarias otomanas, donde aparecen sus nombres. Incluso cuando los pueblos desaparecen o son abandonados por sus habitantes, los cementerios permanecen con su historia escrita en piedra.
La visita a un cementerio es siempre una experiencia estremecedora (es difícil olvidar, por ejemplo, las 12.000 lápidas amontonadas del viejo cementerio judío de Praga, donde más de 100.000 personas están sepultadas unas sobre otras, por la falta de espacio), pero los gestores turísticos hace tiempo que los promueven para atraer a los visitantes que desean rastrear sus raíces o rendir homenaje a héroes o villanos muertos hace tiempo. Vean sino el Père Lachaise de París, llenísimo de celebridades y tan visitado como la torre Eiffel.
En España este turismo no es tan habitual pero va creciendo. El año pasado, 12.000 personas se apuntaron a las visitas dominicales a los cementerios de Poblenou y Montjuïc, en Barcelona, explica Jordi Balmanya, director general de Cementiris de Barcelona. Saber cuántos turistas van por su cuenta es más complicado, pero se calcula que unos 9.000 viajeros visitan el camposanto de Poblenou cada año, la mayoría extranjeros.
El Ayuntamiento de Barcelona dedica cada año tres millones de euros a la recuperación de patrimonio histórico de los recintos funerarios de la ciudad. «Me gustaría que los historiadores del futuro se refirieran a los cementerios como museos que en el siglo XXI dedicaron esfuerzo y dinero para que este patrimonio sea un lugar de cultura también en el siglo XXII», indica Balmanya.
Los grandes camposantos del sur de Europa (Barcelona, Bilbao, Lisboa, Génova, Bolonia, Roma…) son totalmente diferentes a los del centro y el norte del continente. Mientras los segundos son cementerios concebidos como un jardín, los del sur muestran la pujanza de la burguesía comercial e industrial finales del siglo XVIII y principios del XIX.
Los mismos arquitectos que construían las grandes mansiones de estos prohombres que no reparaban en gastos les hacían los mausoleos, así que son recintos ciertamente monumentales. Los grandes cementerios latinoamericanos, como el bonaerense de La Recoleta; el de Sucre (Bolivia), el Presbítero Maestro, en Lima; el de La Habana, o el cementerio General de Santiago de Chile siguen este mismo patrón monumental.
La visita a camposantos, como lugares de importancia cultural e histórica está muy arraigada en Europa, donde existe una Asociación Europea de Cementerios Singulares (SignificantCemeteries.org), que incluye 150 cementerios que vale la pena visitar. En año 2010, el Consejo de Europa reconoció como itinerario cultural la Ruta Europea de Cementerios, un epígrafe que comparte con el camino de Santiago, el legado andalusí, la ruta de los fenicios o la vía francígena. Esta ruta está formada por una sesentena de camposantos localizados en 20 ciudades como
Viena, Belgrado, Oporto, Florencia, Estocolmo, París, Londres, Cracovia o Atenas. De España se han elegido 18, Cataluña y Andalucía son las comunidades con más presencia en la ruta. En esta figuran camposantos como el municipal de Granada, que es parte del paisaje de la Alhambra; el modernista de Cantagallet de Alcoi, reflejo de la sociedad industrial; el de Ciriego, al borde del Cantábrico en Santander, o el cementerio de Polloe (San Sebastián), que acoge a Clara Campoamor. También se muestran a los turistas los cementerios de Comillas (Cantabria), Valencia (ruta Museo del Silencio), y los madrileños La Almudena y el Panteón de los Hombres Ilustres.
También merecen ser visitados, por su originalidad, los cementerios de Bilbao, que alberga uno de los principales grupos de arte funerario de España y es un reflejo de la época dorada del arte del País Vasco de finales del XIX y principios del XX, o el Inglés de Málaga, el primer cementerio protestante que se abrió de España, concebido como un jardín botánico, que organiza visitas nocturnas y bilingües. Uno de los cementerios con una ubicación más privilegiada es el de Luarca, un excelente mirador de la costa asturiana.
El cementerio municipal de La Carriona (Avilés) se remonta a finales del siglo XIX y está repleto de esculturas cargadas de alegorías de relevancia artística, mientras que el de Monturque (Córdoba) es el único cementerio de España que contiene en su interior una zona arqueológica declarada bien de interés cultural: unas cisternas romanas que se descubrieron en el siglo XIX, cuando una epidemia de cólera obligó a ampliar el cementerio.
En Galicia, destacan el de San Amaro (La Coruña) y el conocido como «cementerio del fin del mundo», a los pies del faro de Fisterra. Es obra de César Portela y está formado por 14 cubos de granito proyectados hacia el mar desde el acantilado. Acumula multitud de premios de arquitectura contemporánea y está reconocido como una de las mejores obras funerarias del mundo, pero 16 años después de su construcción es un cementerio sin difuntos. Sigue sin acabarse y los mayores del lugar quieren sepultar a los suyos en un lugar «más acogedor».