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Actualizado: 23/11/2024
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Patrimonio funerario de Toledo, el gran desconocido

Patrimonio funerario de Toledo, el gran desconocido

Vía: Autor: Manuel Moreno /ABC

Cuando uno pasea por los parques de Toledo que se encuentran extramuros, en las vegas del norte de la ciudad, quizá no sepa que bajo sus pies hay un inmenso cementerio con cientos de años de historia. Arturo Ruiz Taboada, arqueólogo y profesor del Centro de Estudios Internacionales de la Fundación Ortega-Marañón, sigue la pista a esos enterramientos desde hace años. «La llanura norte de la ciudad, que corresponde a los barrios de Santa Teresa, La Reconquista y San Lázaro, está asentada sobre un inmenso cementerio», afirma.

En esa zona se concentran cementerios de todas las épocas y religiones, romanos, visigodos, medievales musulmanes, judíos y cristianos, modernos y contemporáneos. El año 1085 (siglo XI), cuando Toledo es reconquistada, representa un cambio en las costumbres funerarias de la ciudad. «Será un punto de inflexión, porque, a partir de entonces, los cristianos van a preferir enterrarse en el interior de la ciudad», señala este experto, quien en 2009 revolucionó la ciudad al identificar parte del cementerio judío del Cerro de la Horca, bajo el Instituto de Educación Secundaria «Azarquiel», apenas a medio kilómetro del actual cementerio municipal.

Sin embargo, la asignatura pendiente de Toledo en el mundo funerario es delimitar estos yacimientos. Se sabe que hay una «alfombra» de enterramientos que ocupa toda esa llanura norte, pero es complicado saber la extensión exacta. Como ejemplo, las obras del inacabado edificio Quixote Crea, en la Avenida del General Villalba, sacaron a la luz 1.500 tumbas medievales. ¿Por qué? La respuesta es sencilla: se trata de una zona de contacto de los cementerios judío, islámico y cristiano, entre el barrio de San Lázaro, el Paseo de San Eugenio y la Avenida de la Reconquista.

¿Pero cuál es la diferencia de los enterramientos extramuros e intramuros? «En el interior solamente serán sepultados cristianos a partir del siglo XII, dejando el exterior tanto a musulmanes, judíos y conversos de ambas religiones, como a aquellos cristianos que, por cuestiones económicas o de espacio, no pudieran enterrarse en el interior de la ciudad», explica el arqueólogo.

Sin embargo, hasta hace muy pocos años únicamente se hablaba de la existencia en el exterior de la ciudad de un gran cementerio mudéjar, término con el que se incluía enterramientos judíos, musulmanes y cristianos. «Vamos, un cajón de sastre que incluye distintas culturas y tradiciones religiosas. ¡Un caos!», espeta Ruiz Taboada, descubridor también en 2002 de la Puerta del Vado (siglos XI-XII), uno de los principales accesos a la ciudad medieval.

Por ello, hablar de cementerios históricos en Toledo es muy complicado, ya que, desde el siglo I se ha estado enterrando fuera de los muros de la ciudad. Al encontrarse Toledo sobre una roca bordeada por el río Tajo, el único gran emplazamiento favorable para albergar que permitía enterramientos era la llanura norte. Todo se debía a una cuestión práctica de espacio.

Hallazgos
Gracias a las recientes publicaciones, los expertos están empezando a señalar («individualizar», en el argot) las zonas de enterramiento de las diferentes culturas que habitaron Toledo. «Esto implica que, a partir del descubrimiento de la necrópolis o cementerio romano de la Avenida de la Reconquista en la década de los 70 del pasado siglo, se ha conseguido acotar dos de los principales cementerios cristianos medievales del exterior de la ciudad en torno a Santa Leocadia de Afuera y San Eugenio. Además, se han delimitado otros lugares de enterramiento cristiano pertenecientes a conventos u hospitales, muchos de ellos desaparecidos, como San Bartolomé, San Lázaro o San Antón, pero ya de otras épocas».

Los arqueólogos no paran de avanzar para conocer más a fondo el mundo funerario de la ciudad. Ya han conseguido también «individualizar» las necrópolis musulmanas, que son varias. La principal se encuentra en el Circo Romano, aunque también se han identificado espacios en torno al puente de la Cava, la Puerta el Vado, el camino de Madrid (corresponde a la actual Avenida de Madrid) y el camino de la Legua (actualmente, el edificio inacabado Quixote Crea, en la Avenida General Villalba), que surge de un lateral del camino de Madrid. Sin olvidar la necrópolis judía descubierta en 2009, que «significó un antes y un después para el conocimiento del patrimonio funerario de la ciudad».

«A partir de entonces, la comunidad científica internacional ha empezado a mostrar interés por el mundo funerario toledano», recalca Ruiz Taboada, cuyas excavaciones se encuentran amparadas por la legislación en materia de patrimonio y están financiadas por los promotores de las diferentes obras, que «tienen la doble desgracia de que sus proyectos se localizan en estos lugares de enterramiento y no cuentan con ninguna subvención que ayude a minimizar los costes de los trabajos arqueológicos que les impone la legislación vidente».

Un patrimonio funerario hasta ahora ignorado, que «en nada tiene que envidiar al resto del patrimonio», según el experto. «Es un patrimonio importantísimo, riquísimo y muy bien conservado, fundamental para comprender la vida de la ciudad», remacha el arqueólogo, que entre sus descubrimientos destacan un valioso fragmento de la Torá judía escondido en el muro de una casa del interior de la ciudad, o diversos manuscritos del siglo XV también ocultos, relacionados con procesos inquisitoriales de conversos en otra vivienda.

Sin embargo, Ruiz Taboada cuenta que su trabajo no había levantado tanto interés hasta que empezó a preocuparse por el mundo funerario. «Es muy morboso para mucha gente ver un esqueleto, llama bastante la atención. El seguimiento de ciertas noticias sobre la muerte es tremendo», subraya el arqueólogo, quien reclama un plan director para canalizar todas las excavaciones e investigaciones que afectan a este patrimonio tan sensible. «Eso nos evitará —augura— problemas como en 2009 con el conflicto internacional surgido a raíz de la excavación del cementerio judío.

Aquello fue producto de un vacío legal y de la inexperiencia de las administraciones que lo gestionaron. «Hay una ley específica que, aunque vela por la conservación del patrimonio, no evita que, en algunas circunstancias, dicho patrimonio pueda quedar desprotegido», afirma el experto arqueólogo.

Legislación aparte, dónde y cuándo decide el hombre enterrar a sus muertos. Ruiz Taboada explica que la muerte es un tránsito hacia la otra vida. «Por tanto, históricamente la muerte no se ha considerado como algo luctuoso, triste, sino todo lo contrario. Los cementerios solían ser lugares de vida». ¿Y dónde se ubicaban? En espacios concurridos y de tránsito. Al lado de los caminos y junto a las principales puertas de la ciudad, en este caso Toledo, en la que se han encontrado tumbas de época andalusí junto a las murallas, antiguos caminos y puertas como la del Vado o Bisagra Antigua.

«Tradicionalmente, sepultamos a nuestros familiares en donde han nacido o vivido. Siempre ha funcionado igual. La gente quiere enterrarse en su lugar de referencia. De nuevo hay que relacionar la muerte con la vida», reflexiona Ruiz Taboada, para quien los cementerios eran antes un lugar de encuentro, de reunión, más que ahora.

A partir del siglo XII se generaliza el enterramiento en el interior del Casco Histórico, en iglesias y parroquias, aunque también se concentran en conventos, monasterios y hospitales. Las parroquias contaban con cementerios exteriores que ya no se conservan. «Por eso, muchas casas adosadas a las parroquias actuales están sobre cementerios», asegura Ruiz Taboada. Pone como ejemplo que hace tres o cuatro años excavó en una casa medianera con la iglesia de San Bartolomé y descubrió que la vivienda se encontraba sobre parte del cementerio exterior de la iglesia.

Este arqueólogo, director de muchas de las actuaciones que se realizan en Toledo, también ha tenido la suerte de excavar en el cementerio de la Iglesia del Cristo de la Luz, antigua mezquita, donde ha podido documentar la secuencia completa de enterramientos entre los siglos XII y el XIX, que es cuando se prohibe definitivamente enterrar en el interior de las iglesias.

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