Arrojan a una escombrera esqueletos humanos de un cementerio aparecidos en una obra en la iglesia de Torralba
Esqueletos humanos pertenecientes a un cementerio junto a una iglesia han aparecido durante unas obras en su perímetro y han acabado tirados sin más a una escombrera junto con las tierras que se han excavado para esas obras. Esto es lo que ha ocurrido en la pequeña localidad de Torralba de Aragón, provincia de Huesca.
La escombrera está a 800 metros del casco urbano y los huesos humanos quedaron a la vista. Fue un viandante el que, hace escasos días y ante la sorpresa con la que se topó, lo puso en conocimiento de la Guardia Civil, que ha puesto en práctica el protocolo habitual en estos casos: tras comprobarse que procedían de antiguos enterramientos, se lo comunicó a la Dirección General de Patrimonio Cultural del Gobierno aragonés, para que sean arqueólogos oficiales los que elaboren el correspondiente informe, se hagan cargo de esos restos óseos y determinen regladamente su destino.
Su procedencia está clara: el suelo perimetral de la iglesia parroquial de Torralba de Aragón, del siglo XVI y en la que el Ayuntamiento encargó a una empresa que llevara a cabo obras para el saneamiento de humedades. Los esqueletos en cuestión datarían, como poco, de enterramientos del siglo XIX, momento en el que en España se obligó que los cementerios salieran de los cascos urbanos.
En la escombrera los huesos asoman con claridad. Lo demuestra la fotografía publicada por el rotativo regional Heraldo de Aragón, que ha dado cuenta de lo ocurrido. Entre los escombros tirados en la escombrera afloran diversas partes de esqueletos.
La normativa establece que los restos óseos humanos en ningún caso son asimilables a escombros. Lógico y, además, reglado legalmente. El procedimiento que marca la normativa es nítido al respecto: ante la aparición de restos humanos, han de ser notificados a las autoridades. Cuando corresponden a enterramientos de carácter histórico, los arqueólogos de la Administración son los que pasan a hacerse cargo. Evidentemente, en este caso no se cumplió el protocolo.
Los restos en cuestión proceden de enterramientos ordinarios, de los que tenían lugar hasta el siglo XIX de forma común en iglesias o en el inmediato exterior de ellas. Esa era la costumbre establecida, hasta que por cuestiones de salud pública se determinó que los cementerios debían trasladarse a las afueras de los cascos urbanos.
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