Debajo de un cementerio
Monturque (provincia de Córdoba) tiene un limpio cementerio cuyos difuntos viven sobre cisternas y contemplan a quienes bajan en busca de ingeniería romana. En el camposanto de Monturque un muerto y un vivo son igualmente seres privilegiados porque los difuntos se sostienen sobre los muros de cisternas romanas de las que se vivifican para su mortalidad prorrogada y los vivos, que bajan a las entrañas de aquella tierra, se mueven entre la adivinación y la sorpresa que les aguardan: una cisterna de dos mil años que sostiene un cementerio, repleto de simuladas geolucernarias.
Una adivinación sobre el modo como hicieron una trinchera en aquel montículo, a 500 metros de altitud sobre el nivel del mar, para construir doce cámaras acorazadas de agua. Un singular cementerio en el que existe parentesco y convivencia organizada entre difuntos y la Bética romana. Las cisternas que fueron, tras la peste, hipogeo de salvaguarda reclaman adivinación y vaticinio para su futuro, pues estuvieron casi dos siglos en el olvido y en su presente vacío son caja de resonancia del desamparo de la cultura andaluza y por andaluza romana.
He tenido ocasión de bajar desde ese mundo de los muertos a ese otro mundo del agua para recobrar las pisadas de quienes levantaron paredes en esa trinchera con argamasa, con estucos y chimeneas de oxigenación de la lluvia recogida como agua.
Allí quedan las huellas de los gestos y miradas, no extraviadas, de quienes levantaron esta gigantesca obra e inesperada serie de salas. Las cisternas de Monturque son como uno de los doce libros de arquitectura de Vitruvio, luego arquitecto, y antes soldado de Julio Cesar cuando guerreaba en Hispania. En ella se pueden palpar las tres cualidades que se exigen a una obra que quiere ser milenaria: solidez (firmitas), utilidad (utilitas) y hermosura (venustas).
En la cisterna de Monturque, en sus doce salas, en su conducción del agua hacia el pozo desde donde se alimentaban las termas, los discípulos de Vitruvio utilizaron el nivel del agua o chiribate para orientar la su llevada, el tornillo sin fin para elevarla o la noria de cangilones por acémila arrastrada. Esa cisterna no es realidad averiada sino eco y murmullo de una sociedad que fue resonancia de Roma entre el horizonte de la subética y la campiña alta.
Cuando se desciende a la cisterna se precisa lucidez para orientar las pisadas. Los cordobeses no deberíamos dejar que los recuerdos de la presencia de esta ingeniería romana contradijesen el tiempo que han estado sepultados junto a la necesaria conciencia de exaltarlos. No debiera permitir nuestra Diputación Provincial que a las cisternas volvieran veteranos fantasmas a conversar a diario con los difuntos paisanos.
Bajar a las cisternas de Monturque es regresar al milenario pasado y comprobar que tanto vale un muerto como un vivo, que el estucado de abajo es señal de una nostalgia que puede acabar agonizada.
La cisterna de Monturque es, después de adivinación, sorpresa, grata vuelta al pasado. No dejen de visitar el camposanto de Monturque, debajo de cuyos muertos se encuentra una sorprendente muestra de ingeniería romana y de arquitectura vitruviana, medio siglo después de fenecer Vitruvio. Sólida, hermosa y útil, que fue capaz de dar agua a la aristocracia de un pueblo y a los legionarios de una mesnada.
Publicado en el diario de Córdoba
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