La necrópolis situada a 400 metros del yacimiento ibérico Andorra pudieron albergar restos de mujeres de alto estatus
Los seis túmulos de la necrópolis situada a 400 metros del yacimiento ibérico Andorra (provincia de Teruel) de El Cabo pudieron albergar exclusivamente restos de mujeres que murieron con edades comprendidas entre los 20 y los 30 años, posiblemente con un elevado estatus social a juzgar por la riqueza de los ajuares depositados en las urnas con las que en la Edad de Hierro se distinguía a la gente pudiente.
Tras los trabajos de excavación, consolidación y puesta en valor de la necrópolis -realizados entre los años 2005 y 2006 bajo la dirección de los arqueólogos José Antonio Benavente y Fernando Galve-, en los dos últimos años un equipo de investigadores ha analizado los restos recuperados en la excavación.
Tanto el estudio de los ajuares metálicos depositados en las urnas, realizado por el investigado Raimon Graells, del Museo de Mainz (Alemania), como de los restos humanos calcinados, realizado por el antropólogo Ignacio Lorenzo, del Gobierno de Aragón, coinciden en una misma atribución de género para los restos humanos allí depositados. De esta forma, todo parece indicar que se trata de un cementerio en el que se enterraron exclusivamente mujeres jóvenes y con un buen estatus social.
«Ha sido una sorpresa para nosotros mismos», reconoció el gerente del Consorcio Patrimonio Ibérico de Aragón, José Antonio Benavente, quien explicó que los ajuares son brazaletes, fíbulas y anillas de pequeño tamaño que se corresponderían con adornos femeninos. En cuanto al estudio de los huesos, se trataría de «personas gráciles», es decir «no musculosas ni fuertes», indicó el arqueólogo Salvador Melguizo, otro componente del equipo de investigación encargado de estudiar las urnas, las estructuras funerarias y el entorno del yacimiento. También ha participado la investigadora Alejandra Balboa, de la Universidad de Toulouse, que ha realizado análisis metalográficos de los ajuares.
El hecho de que solamente hayan aparecido elementos decorativos del cuerpo femenino es «inédito en la arqueología protohistórica peninsular», aseveró Benavente. Ello «plantea numerosos interrogantes de tipo sociocultural y ritual, de difícil explicación por el momento, y abre nuevas líneas e hipótesis de trabajo que habrá que confirmar mediante excavaciones en otras necrópolis de características muy similares ya localizadas en los valles del Guadalope y del Bergantes».
En concreto, el experto se refiere a dos cementerios ibéricos, en Aguaviva y en la Ginebrosa, ambos marcando la ruta de comunicación histórica por el cauce del río Bergantes. «Allí habría que volver a hacer estudios de ajuares y de huesos», indicó Benavente. «Sería la mejor forma de confirmar si este fenómeno se da en otros yacimientos», señaló el máximo responsable de la Ruta Íberos en el Bajo Aragón, a la que pertenece la necrópolis. Otra posibilidad sería que la necrópolis andorrana fuera más grande y, por la erosión, solo se conservasen seis tumbas
«Si aceptamos que existe un cementerio femenino, tenemos que aceptar que hay uno masculino no muy lejos», dijo Melguizo, que se llegó a plantear que «todo esto fuera un error y fuéramos incapaces de diferenciar el sexo de los individuos solo por los ajuares y por los restos sólidos». Y es que «estamos trabajando con cenizas», por lo que «resulta muy complejo» y más si la investigación «es más bien voluntariosa que con medios materiales: no tenemos capacidad de investigaciones de ADN» por falta de financiación.
Dos urnas en un túmulo
Uno de los seis túmulos -todos ellos planos y de planta circular- conservaba dos urnas funerarias que fueron depositadas al mismo tiempo, lo que da la clave de que las cenizas de dos mujeres habrían sido depositadas al unísono. «No es muy habitual en la Edad de Hierro, donde empiezan a aparecer tumbas individuales donde el poder de los individuos -forjado a base de intercambios comerciales- se demuestra con riquezas», dijo Melguizo. «Que haya dos urnas juntas puede deberse a que haya una relación familiar muy directa entre individuos», interpretó el arqueólogo.
Preguntado por si le sorprende la edad de la muerte de estas chicas, Melguizo explicó que la esperanza de vida de la época era de 40 años por la dureza de aquellos tiempos.
El cementerio no es de El Cabo
En plena excavación, en el año 2005, la necrópolis ya arrojó la sorpresa de que, pese a que se encontraba junto al yacimiento de El Cabo -localizado por Endesa en la mina a cielo abierto Corta Barrabasa y trasladado pieza a pieza hasta el parque de San Macario-, ambos no se correspondían en el tiempo. Mientras que el cementerio se sitúa sobre el 600 a.C., el poblado es del 450 a.C.
En este sentido, en la última investigación se ha aprovechado también para realizar prospecciones con un radio de tres kilómetros a la redonda con las que se han localizado varios yacimientos por excavar. «En todo lo que es la Val de Ariño hay un pequeño curso de agua, un pequeño arroyo» que favorecería el asentamiento de núcleos poblacionales, explicó Benavente.
Ante la ausencia de fondos públicos, las investigaciones de los dos últimos años han sido posibles por voluntad de los arqueólogos. Sí será financiado el monográfico de la revista Al-Qannis, editada por el Taller de Arqueología de Alcañiz en colaboración con el Instituto de Estudios Turolenses, con el que se divulgarán las últimas novedades.
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