El cura del cementerio
Tras las leyes secularizadoras de los cementerios expelidas por las cortes de la II República española, se volvió a la presencia de la Cruz y de los sacerdotes en la pastoral funeraria. Conocí al capellán del cementerio de San Eufrasio (Jaén) cuando era monaguillo parroquial. Se llamaba don Francisco Monge. Llevaba un audífono colocado con cables porque le hicieron perder el sentido del oído en los tormentos sufridos durante la guerra civil.
Alternaba su capellanía en el cementerio, con la asistencia religiosa en el extinto hospicio de mujeres, donde celebraba la Misa a las 7 de la mañana a diario. Además acudía como sacerdote adjunto a la iglesia de San Andrés, donde atendía el confesionario con el audífono en pleno funcionamiento.
El resto del día lo pasaba en el cementerio, como capellán, donde tenía la dura responsabilidad de dar el último responso a todos los difuntos, con la caja abierta, antes de ser inhumados en la tumba correspondiente.
Era un sacerdote sencillo y fuerte, quien entre el ir y volver del cementerio siempre le acompañaba un amigo: su paraguas, que lo mismo lo usaba de bastón, de resguardo de la lluvia, o de escondite contra el calor mortal de los veranos de Jaén. Era un personaje singular en el paisaje urbano de la ciudad. Descanse en paz don Francisco, un fiel sacerdote del Señor.
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