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Actualizado: 27/11/2024
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Desde la desaparición del Imperio romano hasta el siglo XIII, las autopsias estaban prohibidas por la Iglesia Católica

Desde la desaparición del Imperio romano hasta el siglo XIII, las autopsias estaban prohibidas por la Iglesia Católica

Vía: Confilegal

Las autopsias son de lo más común hoy en día. Pero esto no siempre ha sido así. La Iglesia prohibía que se hicieran autopsias. Y tenía sus razones. Religiosas, claro. Aquí se las explicamos. Todos conocemos la palabra autopsia. Lo que quizá no sepamos es que procede del griego y, literalmente, quiere decir “ver con los propios ojos”.

La autopsia consiste, como todos ustedes saben, en el examen y la disección de un cadáver para determinar la causa de su muerte. Autopsia es, además, sinónimo de otra palabra: necropsia. Las autopsias las realizan los médicos especializados en medicina legal, más conocidos como médicos forenses.

O forenses, a secas. La medicina legal o forense es la “ciencia del pequeño detalle”.

Precisamente, estos médicos especialistas han recibido una completa preparación para estudiar e interpretar aquellos rasgos y /o lesiones mínimos hallados en los cadáveres y reconstruir las circunstancias por las que perdieron la vida para poder contárselo a los jueces y a la policía en un idioma comprensible.

Esto que es normal en nuestros días no siempre ha sido así. De hecho, desde la desaparición del Imperio romano hasta el siglo XIII, en plena Edad Media, las autopsias estaban prohibidas por la Iglesia Católica. Los exámenes post mortem sólo se autorizaban en los casos de posible envenenamiento. La oposición de la Iglesia a las autopsias tenía una base netamente religiosa que se remontaban al propio Jesucristo.

Según San Juan, Jesús comparó su cuerpo con un templo. Y San Pablo en sus cartas al pueblo de Corinto les preguntó: “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el espíritu de Dios mora entre vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios le destruirá a él. El templo de Dios, el cual sois vosotros, es santo”.

Es decir, para que nos entendamos, el cuerpo humano era el templo en el que moraba el alma y aunque, cuando alguien moría, el alma se había marchado, eso no restaba para que siguiera siendo sagrado. El novelista estadounidense, Noah Gordon, lo explica muy bien en su best seller titulado «El Médico», que trata precisamente de esto.

A pesar de la oposición de la Iglesia a las autopsias, a principios del siglo XVI se estableció la metodología para que los médicos forenses del momento presentaran las pruebas médicas en el foro, ante los tribunales.

Fue gracias al trabajo de tres hombres, el francés Ambroise Paré y los italiano Fortunato Fidelis  y Pablo Zacchia, que la medicina forense comenzó a avanzar. Paré hizo un detallado estudio de los órganos vitales de las víctimas de asesinatos.

Órganos como el corazón, el hígado y pulmones. También describió diversos crímenes sexuales y sus efectos visibles. Fidelis se dedicó su tiempo a describir los casos de personas ahogadas, y Zacchia se centró en las heridas por arma de fuego, cortes de cuchillo, asfixia, abortos, infanticidios, suicidio como diferente forma de homicidio y diversas aberraciones mentales.

Sin sus aportaciones no se podría comprender el mundo de la investigación criminal actual. A través de la autopsia los cadáveres cuentan su historia y permiten lo más importante: que se les haga justicia.

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