Pudo convertirse en “parking”
Creo que la corporación municipal de Santa Cruz de Tenerife le ha dado un giro copernicano a su política de mantenimiento de nuestro patrimonio histórico. Las recientes informaciones aparecidas en relación con el Palacio de Carta y el cementerio de San Rafael y San Roque, así lo corroboran. El Palacio de Carta, para ser convertido, tal vez, en museo de la ciudad y el cementerio, para su definitiva restauración.
No deja de ser curioso que este cementerio, ubicado en el centro de la capital tinerfeña, y cuya construcción data de 1810, en el año 1979 estuviese a punto de convertirse en “parking”. Así lo había previsto la corporación municipal chicharrera que en aquel entonces presidía Manuel Hermoso.
En el verano de aquel año así lo anunció el concejal de los Servicios de Cementerios y Parque Móvil, Antonio Bello. Se trataba de crear una gran zona verde, al estilo de la mayoría de los cementerios americanos y europeos, y aprovechar el resto del solar para la construcción de unos mil aparcamientos subterráneos, bajo un parque infantil. Hoy, treinta y seis años después, este viejo cementerio sigue exactamente igual, aunque a punto de vivir un nuevo capítulo de lo que ya se puede considerar como la historia interminable de su restauración.
Sumido en un progresivo deterioro, a pesar de que está catalogado como Bien de Interés Cultural (BIC), este cementerio, por razones que desconozco, ha sido objeto de innumerables negociaciones, todas fracasadas, entre el Cabildo Insular y el Ayuntamiento capitalino, destinadas a sacar adelante algún proyecto de los muchos que han circulado a lo largo de tantos años por las oficinas municipales, en un intento por conservar y mantener un camposanto en el que, como bien señala en su libro el historiador Daniel García Pulido, “se encuentran enterradas varias generaciones de ilustres santacruceros, tanto de nacimiento como de adopción, que volcaron buena parte de sus esfuerzos en el engrandecimiento de su ciudad”.
Ahora comienza un nuevo capítulo. Algunas informaciones señalan que las comunidades judías de Argentina y Nueva York se han ofrecido a colaborar en su restauración. Y es que en este camposanto descansan los cuerpos de algunos miembros de estas comunidades. De la misma manera que también lo han hecho otras familias de Santa Cruz, y de esto sabe mucho mi amigo Isauro Abreu, que también cuentan con ascendentes cuyos restos mortales están depositados en él y que también están dispuestas a costear de su bolsillo una parte de esa restauración.
¿Podría ser este el último y definitivo capítulo? Me dicen que José Manuel Bermúdez y Carlos Alonso han acogido esta alternativa de manera muy positiva. Estoy seguro de que ambos son conscientes de que ha llegado el momento de acabar con esta realidad tan lamentable y de frenar ese galopante deterioro de una de nuestras emblemáticas construcciones históricas. Es de agradecer que, después de Alfonso Soriano, nuestro patrimonio histórico haya vuelto a estar en buenas manos.