Alejandro García: “El reino astur también supuso cambios en los ritos funerarios”
El uso de cementerios para enterrar a los muertos es una práctica relativamente reciente si se tiene en cuenta que en Asturias a partir del siglo VIII lo habitual era depositar el cadáver del difunto en dependencias anejas a iglesias o en el propio templo. Los comportamientos funerarios en la Edad Media fueron analizados por Alejandro García Álvarez-Busto durante la conferencia «Morir en la época del Reino de Asturias: arqueología funeraria», que impartió dentro del ciclo que se ha desarrollado en el Museo Arqueológico de Asturias para celebrar los 30 años de la inclusión del Prerrománico en la lista de Patrimonio Mundial de la Unesco.
Codirector de las excavaciones del castillo de Gauzón y profesor asociado del departamento de Historia de la Universidad de Oviedo, Alejandro García ha trabajado también en el estudio de los monasterios, las iglesias y los cementerios medievales.
En este último ámbito ha podido comprobar cómo en el siglo IX, con la consolidación de la monarquía asturiana, hay una fuerte reordenación de los comportamientos funerarios, «estableciéndose los cementerios de las iglesias como únicos espacios de enterramiento permitidos». Este cambio no sólo se puede interpretar por razones religiosas, sino que responde a intereses políticos y sociales tanto de la monarquía como de la aristocracia laica y eclesiástica. El objetivo no era otro que «ejercer un mayor control sobre las poblaciones campesinas, tanto en vida como a la hora de morir».
Los reyes asturianos eligieron para después de dejar este mundo ser inhumados en sus iglesias privadas, construidas en sus propiedades como habían hecho siglos antes la alta aristocracia romana y los monarcas visigodos. Así lo vemos en el caso de Silo y Adosinda en Santianes de Pravia. Este modelo cambió a partir de Alfonso II, cuando se opta por un panteón funerario centralizado en la corte de Oviedo. El cambio responde, según subraya Alejandro García, a «un afianzamiento de la monarquía asturiana como Estado, y al empleo de la memoria de los antiguos reyes como instrumento ideológico y simbólico de legitimación de sus sucesores en el trono».
Las investigaciones realizadas en las últimas décadas evidencian que la época del Reino de Asturias supuso un antes y un después en el modo de enterrar a los muertos. Si durante la Antigüedad tardía el difunto era acompañado de ajuares y objetos preciados como forma de mostrar la capacidad económica de la familia del fallecido, a partir del siglo VIII «la aristocracia va a optar por otros modos más explícitos de hacer visible su jerarquía dentro de las comunidades con la construcción de templos, las donaciones a la propia Iglesia o el empleo de sarcófagos en espacios privilegiados de enterramiento».
Los reyes y la familia regia eran sepultados en espacios privilegiados, bien diferenciados del resto de los estamentos sociales, y se elegían para sus restos sarcófagos bellamente decorados, en muchos casos aprovechados de la época antigua. Frente a eso, los ciudadanos estaban obligados a enterrarse en el atrio de las iglesias, en el cementerio que se habilitaba en el exterior del templo. También la aristocracia local, el alto estamento religioso y los campesinos acomodados se diferencian del resto mediante el empleo de elementos que distinguen las tumbas, como estelas decoradas y lápidas con epitafios.
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