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Actualizado: 23/11/2024
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Féretros de primera, cajas de segunda

Féretros de primera, cajas de segunda

Vía: Autor: Luz Escobar /14ymedio

La Habana / Cuba.- La última voluntad revela mucho de la vida que se tuvo o que se quiso tener. Un vaso de ron y un tabaco encendido, piden algunos para su velatorio, mientras otros sueñan con regresar como ceniza al patio donde dieron los primeros pasos. Para lograr esos «sueños de eternidad», la familia de los fallecidos debe sortear numerosos obstáculos, que van desde la carencia de transporte funerario hasta el escasez de cajas de muerto.

A las nueve de la mañana de este viernes en la funeraria Marcos Abreu de la calle Zanja, la empleada que atiende al público no da abasto. Los teléfonos suenan sin parar y frente a ella una muchedumbre intenta agilizar los dolorosos trámites de enterrar o cremar a un ser querido. Pero la muerte en Cuba también se toma su tiempo, como los burócratas.

Cuños, certificados de defunción y el carné de identidad de varios fallecidos pasan frente a los ojos de la funcionaria, que trata de ser eficiente, pero los enrevesados mecanismos fúnebres se lo impiden. «Mi muerta lleva 24 horas en el crematorio y nadie nos dice nada, no sabemos qué ha pasado», se queja Lorenzo Julián, un arquitecto de 67 años, cuya hermana dejó como última voluntad ser incinerada.

En medio del dolor de la pérdida, apenas hay tiempo para dedicarse a las lágrimas. «Aquí hasta para morirse hay que hacer cola», grita desde la puerta de la oficina una señora que acaba de enviudar y que viene protestando por la mala calidad del féretro que le ha tocado a su esposo. «Está prácticamente desfondado y no nos dieron el cristal para velarlo, por lo que el mal olor no deja ni acercarse», detalla la anciana.

Una elegante mujer pregunta si no hay una opción diferente al ataúd que produce el Estado. Pero la muerte iguala a muchos en esta Isla. El negocio de los féretros «por cuenta propia» apenas existe. «Aquí no podemos aceptar ataúdes hechos en otro lugar», le aclaran la empleada a la exigente doliente. «Antes había una oferta de cajas metálicas, que se pagaba en pesos convertibles, pero esa opción ya no existe», concluye.

«Aquí hacemos camas, multimuebles, escaparates pero yo llevo 28 años en este negocio y nunca hemos hecho ataúdes», explica el dueño de una carpintería en la calle Salud, cercana a la funeraria, que añade que no tiene listones de madera para ese tipo de trabajos. Además «ni muerto hago esas cosas, me erizo de solo pensarlo», asegura.

A pesar de los chistes y alusiones necrológicas que salpican el imaginario popular, los cubanos tienen una relación muy seria con la muerte. A diferencia del vecino México, con su Catrina de calavera sonriente y las comidas alrededor de la tumba de los difuntos, en la Isla se impone la sobriedad y las lágrimas en todo ritual funerario. Solo en algunos casos la despedida se ameniza con música o fiestas.

«Él quería su aguardiente y su rumba, así que lo hemos complacido», detalla Asdrúbal, cuyo abuelo de 91 años murió esta semana en Centro Habana y dejó especificado cada detalle para su despedida. «No quiero llanto, no quiero llanto, cuando me muera yo no quiero llanto», cuenta el joven que cantaba el anciano a cada rato. «Así que lo hicimos como en la canción, sin llorar», agrega.

Las lágrimas que no derramaron con el último aliento del patriarca de la familia estuvieron a punto de aflorar durante los trámites para organizar su velorio. La funeraria Bernardo García, en la calle Zanja y Belascoaín, ha estado cerrada por reparaciones dada las malas condiciones del inmueble y la pésima calidad del servicio. El cuerpo del abuelo de Asdrúbal debió esperar más de diez horas para que lo fueran a buscar a su casa. La empleada que atendió la queja le pidió «calma», porque no había «transporte disponible».

Finalmente los restos del anciano llegaron a uno de los salones de la funeraria Marcos Abreu. Entonces empezó lo que su nieto llama «la segunda muerte del viejo». El difunto había dicho que quería ser cremado, pero una empleada del establecimiento estatal le aclaró que solo está funcionando el crematorio de Guanabacoa y el de Santiago de las Vegas está roto y el trabajo se acumula.

El servicio debe solicitarse en la funeraria correspondiente al lugar de residencia donde se comunica a la familia si hay capacidad en los hornos. Posteriormente se abonan por adelantado 340 pesos en moneda nacional y se elige la posibilidad de ir al crematorio o recoger las cenizas en la propia funeraria.

Los familiares presentan su documentación y eligen la urna en la que recoger las cenizas. Si lo desean se les muestra el cuerpo del fallecido a través de un cristal, justo frente a la entrada del incinerador. El proceso puede durar entre una hora y media o dos y al finalizar se le entrega al cliente la urna con las cenizas.

Un empleado del crematorio de Guanabacoa, que prefirió el anonimato, aseguró a 14ymedio, que el problema no son solo «las roturas de los equipos» sino que «cada vez son más las personas que eligen ser cremadas». El proceso comenzó a realizarse en 2006, está subvencionado por el Estado y cuesta 300 pesos cubanos (menos de 15 dólares), pero muchas veces se recurre a un «pago extra» a los empleados para lograr un turno o agilizar la entrada al horno.

No obstante, muchas familias prefieren pasar por ese entramado de corrupción que tener que gestionar durante largos años los avatares de un panteón o una tumba en un cementerio de la Isla. Comprar un nicho propio en el cementerio capitalino cuesta alrededor de 400 CUC en el mercado informal, un año de salario para cualquier trabajador.

«Lo vamos a llevar para la casa, que es donde debe estar, con su familia», refiere Asdrúbal sobre las cenizas de su abuelo, a quien finalmente y gracias a un familiar emigrado que envió en tiempo récord el dinero a través de Western Unión, han podido cremar este fin de semana.

Durante la última sesión del parlamento, la Comisión de Salud y Deporte alertó sobre la escasa «disponibilidad técnica de los carros fúnebres», los atrasos en la recogida de los cadáveres y la poca calidad de la madera «asignada por la Empresa Estatal Forestal para la producción de ataúdes». A los problemas que enfrenta el sector se le suma la falta de «guantes quirúrgicos, algodón, cosméticos, máquinas de afeitar, entre otros recursos necesarios para la ejecución del trabajo en funerarias y cementerios».

Forradas de una tela gris oscura, las cajas de muerto que se venden a precio subsidiado han ido perdiendo calidad con los años y ahora apenas pueden sostener el cuerpo del difunto. «Tenemos que aguantarlas bien por abajo, porque ya nos ha pasado que se nos ha caído el muerto antes de meterlo en la tumba», confiesa Nicanor, un viejo sepulturero del Cementerio de Colón que no está contratado pero a quien otros empleados le dan «una tierrita» por su trabajo.

El ataúd de un difunto que llegó este viernes a las más importante necrópolis de La Habana es de madera de pino, retorcida y ahuecada por el comején. A una esquina le faltan los clavos y los parientes temen que se abra en medio del oficio religioso. «Esto es una falta de respeto», comenta a 14ymedio el sobrino del difunto. «¿Qué se puede esperar para los muertos si para los vivos la cosa está igual de difícil?», se pregunta. El diácono apura el último adiós y la caja sale de la capilla a punto de desarmarse.

Pocos minutos después arriba un pomposo funeral con varios autos y ómnibus que transportan colegas de un fallecido oficial de las Fuerzas Armadas. La viuda llora frente al féretro, de madera lustrosa. Los ministerios e instituciones importantes como el Consejo de Estado tiene sus propias carpinterías para cuando una «personalidad» muere. Sus ataúdes son muy diferentes a los del común de los cubanos: firmes y con incrustaciones de metal.

Mientras introducen la lustrosa caja con los restos del militar en el nicho, a varios kilómetros de allí, la familia de Asdrúbal apura el trago de aguardiente y celebra la llegada del ánfora con las cenizas del abuelo. «Viejo, estás donde tú querías, en familia y con tu trago cerca», afirma el nieto mientras llena un vaso y enciende un tabaco.

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