Cisternas de Monturque: la ingeniaría romana que duerme bajo las tumbas
A poco más de 60 kilómetros al sur de la capital cordobesa, el municipio de Monturque esconde bajo tierra un tesoro de la ingeniería hidráulica más perfecta de la época romana. Un tesoro que ha mantenido durante siglos un grado de conservación óptimo por la particularidad donde se encuentra ubicado: en el subsuelo del cementerio del pueblo.
El cementerio de San Rafael de Monturque está incluido por este motivo en la Red Europea de Cementerios, que engloba a los camposantos que tienen un especial valor histórico y artístico en el viejo continente. El de Monturque es el único de este listado que tiene una zona arqueológica en su interior: un complejo entramado de cisternas del siglo I que servía entonces para almacenar agua de lluvia y abastecer a los baños públicos de la población de la época.
Las cisternas fueron descubiertas al excavar una fosa en 1885 para enterrar a las víctimas de una epidemia de cólera en el municipio, pero entonces no se supo certificar qué era exactamente este entramado de cabinas excavadas en el subsuelo y comunicadas entre sí. De hecho, en un primer momento y sin conocer su valor real, las cisternas formaron parte del propio cementerio y se utilizaron para usos del camposanto: una como osario, otra como sala de autopsias, una como panteón, otra de aljibe… En total, sumaban doce cámaras sobre las que se construyeron varios respiraderos en la superficie del cementerio, perfectamente visibles y que servían para dar luz natural a las salas de abajo.
No fue hasta hace relativamente poco tiempo –en 1996- cuando el municipio tomó interés en estudiar el origen real del complejo de cisternas y se descubrió así que se trataba de una magistral obra de ingeniería hidráulica romana. La limpieza y adecuación de las cámaras las hizo visitables para curiosos y turistas desde entonces, además de interesados en la arqueología de hace veinte siglos o en la historia de los camposantos.
Quien las visita puede recorrer las tres naves o galerías paralelas en las que se distribuye la docena de cisternas, orientadas de norte a sur y separadas por gruesos muros cubiertos por bóvedas. Cada una de esas naves alberga cuatro cámaras de planta rectangular, comunicadas entre sí por pequeñas puertas por donde el visitante puede transitar. El conjunto tenía capacidad para albergar hasta 850.000 litros de agua, dato que las hace ser las mayores de todo el país.
El agua de lluvia se recogía en una fuente central que la filtraba hasta las cisternas, donde un juego de orificios en los muros hacía correr el agua de una a otra. Esa agua se utilizaba para abastecer las termas públicas de la ciudad romana que entonces se situaba allí, que tendría el foro donde ahora se ubica el cementerio y de la que se desconoce su nombre, pero que dadas las dimensiones de esta obra de ingeniería se presupone de importante población y con alto poder adquisitivo.
El valor de este conjunto arqueológico radica también en que son las únicas conservadas en su totalidad en todo el país, un tesoro que tiene réplicas en menor tamaño en el propio municipio: un total de otras ocho cisternas pequeñas se conservan en lo que eran antiguas villas de familias de alto nivel económico en la Bética Romana de hace 2.000 años.
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