Lección de vida en el cementerio
Justo cuando Amalia Heredia, la gran dama del Cementerio de San Miguel de Málaga, se dirigía al público con un elegante vestido original de 1904, en el cielo una gaviota pareció fundirse con las luces apagadas del ocaso.
En el histórico camposanto, inaugurado en 1810, abundan alegorías como la imagen contemplada por casualidad en los cielos: En el mismo panteón de los Heredia, hoy casi una ruina romántica, pequeños relojes de arena con alas adornan la verja de hierro y en línea recta desde la capilla –junto a la que Amalia Heredia recuerda su vida de viajes y adquisición de conocimientos– la tarde noche permite vislumbrar, en la plaza de la entrada, la fuente del Tempus Fugit, presidida por un alado reloj de arena. El tiempo vuela.
La visita teatralizada de hora y media al Cementerio de San Miguel, en la noche del pasado sábado en dos sesiones de 21 y 22.30 horas, fue, más que un paseo, una lección de vida, posible gracias a las cerca de 70 personas que participan en este proyecto de la empresa Eventos con Historia. Se trata de cuatro visitas temáticas (Sociedad, Bellas Artes, Literatura y Política-Economía) que se ofrecerán a lo largo del verano. En la del sábado, la dedicada a la Sociedad, hicieron de cicerones cuatro almas de mujeres que reposan en el camposanto (Rafaela López Melgar, Rosalía de Gálvez, Rosario Soler y Blanca María Victoria Maese ) y que guiaron a sendos grupos de 25 personas ataviadas con vestidos de época, muchos de ellos de Arriate.
Como explica Eduardo Nieto, gerente de Eventos con Historia y autor de los textos, «he querido que primen las historias antes que los datos». Por eso, en este paseo entre panteones, tumbas y veteranos naranjos de dos siglos las guías desgranan sonrisas y anécdotas, como la presencia de sendas calaveras en dos panteones, el de los Barroso y el de los Oppelt de Alemania, «siempre pensando en su propia muerte».
Los cuatro grupos parten de puntos distintos de este cementerio de familias ilustres, pero terminan realizando el mismo recorrido. Todo está cronometrado al minuto para que no haya esperas ni retrasos.
El primer personaje en cruzarse con los visitantes es el famoso doctor José Gálvez Ginachero, que lleva al cuello un fonendoscopio de 1945, con el que ausculta a una mujer embarazada. Actuación y realidad se dan cita en este rincón de San Miguel porque mientras don José cuenta su vida, en uno de los grupos se encuentra su nieta real, Mirenchu de Haya Gálvez. «Quiso la divina providencia que mis manos se pusieran al servicio del más necesitado», confiesa el prestigioso ginecólogo, que informa de que desde hace tiempo, sus restos fueron trasladados de allí y descansan junto a los de su mujer en la Basílica de la Victoria. «Queden con Dios, un nuevo alumbramiento requiere mi presencia», se despide emocionado.
Y destila emoción el fraile carmelita Francisco Vicaría que aguarda en la otra esquina, cerca de su nicho y del que contuvo los restos del general Torrijos, hoy en la plaza de la Merced. «Aún siento el escalofrío de aquel estruendo que se mezclaba con el oleaje de la playa», recuerda. El padre Vicaría perdió la razón por la escena del fusilamiento en El Bulto pero se consuela al saber que Torrijos «duerme en el corazón de Málaga».
Los panteones de los Larios, Clemens, Castel, Félix Sáenz, modelos y esculturas copiados de París, que también influyó en el arte funerario… el paseo conduce hasta la desdichada Trinidad Grund, que cuenta su vida con desgarro, mientras atiende a unos niños desvalidos. La luz es cada vez más tenue y el cementerio, un vibrante escenario al aire libre. Los visitantes aplauden a doña Trinidad por sus palabras de despedida: «Y recuerden, cuando me necesiten no duden en llamarme porque yo le estaré ayudando hasta el final de los tiempos».
El cuarto personaje es el torero proveniente de la alta sociedad y dueño de la finca de Vistafranca, Rafael Gómez Bradley, que murió joven a causa de la tuberculosis: «Contra ella no existe lance alguno ni verónica que valga», comenta el diestro, despedido entre aplausos.
Cerró la tarde noche doña Amalia Heredia, la dueña de La Concepción, que habló a los cuatro grupos congregados frente a la capilla central. Pero cuando parecía que la visita acababa, apareció un coche Ford de 1925 y de él descendieron los locos años 20, personificados en el gánster de origen canadiense Alvin Karpis y dos mujeres.
Karpis, un malhechor al que declararon enemigo público número 1 en Estados Unidos, fue capturado por el FBI y enviado a Alcatraz, donde conoció a Al Capone y a Charles Mason, a quien enseño a tocar la guitarra. Acabó sus días en Torremolinos, por eso está enterrado en San Miguel.
Alvin escenificó una hermosa redención delante del público, antes de desaparecer de la mano de un ángel. Por eso, las últimas palabras fueron de Eduardo Nieto, que despidió a los visitantes con esta lección vital: lo único que queda de las personas son sus buenas obras. Inolvidable noche de verano en San Miguel.
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