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Actualizado: 23/11/2024
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La cremación es una decisión dolorosa

La cremación es una decisión dolorosa

Vía: Autora: Silvia Murillo / El Telégrafo

La cremación o incineración de un cuerpo es una práctica que data de la Edad de Piedra y que era castigada con la pena capital para aquellos que intentaban ejecutarla. En el Antiguo Oriente era considerada como “bárbara”, y solo se procedía a hacerla en tiempo de plagas.

En 1873, la cremación fue aceptada como legal e incluso algunas iglesias protestantes lo aceptaron bajo la premisa de que Dios puede resucitar a un difunto de un tazón de cenizas. En pleno siglo XXI, este tema   aún no es asimilado en su totalidad, pues los deudos tienden a decir que va en contra del cristianismo.

De hecho, el pasado martes, la Congregación para la Doctrina de la Fe —el antiguo Santo Oficio— expidió el documento Instruccion Ad resurgendum cum Christo, firmado por el papa Francisco, en el cual se prohíbe esparcir las cenizas luego de la incineración, repartírselas entre familiares o conservarlas en la casa.

El prefecto de la Congregación, el cardenal alemán Gerhard Müller, sostuvo que “los muertos no son propiedad de los familiares, son hijos de Dios, forman parte de Dios y esperan en un camposanto su resurrección”.

El secretario de la Comisión Teológica Internacional, Serge-Thomas Bonino, calificó a la cremación como “algo brutal”, por tratarse de “un proceso que no es natural, sino que interviene la técnica y que además no permite a las personas cercanas acostumbrarse a la falta de un ser querido”.

El Código de Derecho Canónico establece que “la Iglesia aconseja vivamente que se conserve la piadosa costumbre de sepultar el cadáver de los difuntos; sin embargo, no prohíbe la cremación, a no ser que haya sido elegida por razones contrarias a la doctrina cristiana”.

En América Latina y específicamente en Ecuador, esta práctica lleva implícita la parte psicológica y cultural, según el sicólogo Eduardo Tigua. “La cultura nuestra todavía tiene mucho folclore, mucho mito y por eso no se la asimila completamente. Son solo ciertos sectores que aceptan este tipo de cosas. Lo que se mantiene es el entierro clásico del cadáver llamado cristiano”.

El especialista opina que depende de la última voluntad de la persona que está por fallecer cómo quiere que reposen sus restos: si desea que lo cremen y lo conserven en su casa, o sus cenizas sean esparcidas en el mar, un río o un bosque.

Un proceso doloroso
Si asumir que un ser querido deja de existir ya es desolador, con la cremación lo es más. Roberto Wong, jefe de Operaciones del Cementerio Patrimonial de la Junta de Beneficencia de Guayaquil (JBG), resalta que “es devastador ver hecho polvo a un familiar; es una reacción muy dolorosa de los deudos”.

Wong coincide con Tigua en que la cultura pesa mucho a la hora de tomar una decisión de este tipo. “La costumbre de nuestra población no es cremar; nuestra gente por idiosincrasia tiende a la sepultura, a enterrar a sus muertos en tierra o en bóveda, y se resisten mucho a la idea de la cremación”.

El funcionario dice que no porque ellos estén diariamente trabajando con defunciones se han vuelto insensibles al dolor de los demás. “Uno se sensibiliza y lo comparte”.

Al contar con detalle lo que sucede en ese momento, Wong se muestra compungido y casi no puede emitir comentario. No hace falta que entre en detalles, pues sus gestos lo dicen todo.

Junto al área donde está el crematorio hay una cómoda sala con muebles acolchonados y una cruz. Allí, los familiares de la persona fallecida esperan hasta que se les entregue las cenizas en una urna.

Incineración
El crematorio de la JBG lleva 20 años en funcionamiento y desde entonces a la fecha son unos 3 mil cuerpos los que han sido incinerados, sin contar con los neonatos que suelen enviar de los hospitales, indica Wong.

Actualmente, de los 375 fallecidos que se registran al mes y que son sepultados en el Cementerio Patrimonial, 25 son cremados. “Hay muchas ocasiones en que la persona que sabe que va a morir pide a sus parientes que lo cremen y ellos aceptan, pero cuando llega el momento del desenlace no cumplen con la promesa hecha y realizan la común inhumación”.

El proceso de incineración tarda 2 horas y media; para el efecto el horno se debe calentar antes por 3 horas. El cremador debe estar a 900 °C (1.200° Fahrenheit). “Una persona de contextura normal se incinera en 2 horas y media; si es un poco robusto se demora unos minutos más”.

Inmediatamente después de este tiempo, las cenizas se recogen y si aún hay pedacitos de huesos se los somete a un proceso de pulverización. Los restos son depositados en una urna cineraria y los deudos deciden si son guardados en nichos (columbarios) —en el mismo camposanto— o si se los llevan a sus domicilios.

Wong resalta, por ejemplo, que en el nuevo Cementerio Metropolitano, ubicado en el kilómetro 8,5 de la vía a la Costa, se construyó un cenizario. “Es un bosque y la persona puede identificar el sitio (donde está su familiar); es como un jardín y tiene mucha acogida”.

El dolor por la pérdida de un ser querido parece que nunca va a terminar y por eso la asimilación de no ver más a esa persona se hace difícil. Al respecto, Tigua menciona que procesar el duelo tiene una relación directa con la comprensión.

“Hay personas que requieren de ayuda y eso implica una asistencia espiritual, filosófica, religiosa, de distintos ángulos; hay que hacerle comprender que su pariente estaba viviendo en un cuerpo enfermo y sufría (si es el caso)”.

El cuadro se vuelve aún más desolador cuando una persona pierde la vida de manera violenta. “Este tipo de cosas son más difíciles de asimilar, pero ahí juega un papel importante la resiliencia del deudo. Se requiere de mucha ayuda espiritual, humanista y a veces hasta de fármacos”.

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