Un cementero superpoblado de números
Abre todos los días de 09.00 a 18.00 horas, pero más allá de O Castrillón, apenas se conoce. San Amaro acapara el protagonismo de los de su especie, pero el cementerio de Oza no deja de sorprender. Su entrada no llama la atención y la ubicación, media escorada, ayuda a que pase desapercibido.
Sin embargo, si uno pone un pie dentro percibe su magia. Por una parte, el camposanto quedó anclado en medio del desarrollo urbanístico de los años 60, por eso, lo abrazan decenas de edificios. Sin embargo, lo más llamativo no son los ornamentos de los panteones ni la arquitectura en si, sino la cantidad de tumbas que descansan en el suelo, la mayoría sin lápidas.
Las estacas de madera que las identifican llegan hasta más de 200 y aunque desde el Ayuntamiento aseguran que pertenecen a coruñeses sin recursos que no pudieron hacerle frente al coste de ponerle nombre y fecha de defunción al ser querido, la asociación de vecinos suma a estos los cuerpos de los que supuestamente se trasladaron desde la capilla de Oza, que es del siglo XII, a este punto más amplio.
El presidente Paulo Sexto cree que es una teoría de lo más normal, de la que se hacen eco los residentes con más años en el DNI, pero que necesitan constatar el dato: “Estamos mirando en documentos”. La idea es incluirlo en sus roteiros que también recuerdan que en el barrio empujó por primera vez el cuero un Deportivo de La Coruña. Se sabe que fue en el Corralón, pero los mayores apuntan a dos posibles escenarios: “Hay gente que dice que el campo estaba donde el colegio San Francisco Javier y otros que había un segundo en la calle de Novoa Santos”.
Al margen de esta cuestión, el césped del cementerio se llena de números hasta el punto de que los últimos que demandaron descansar en el suelo, tuvieron que llevarse a San Amaro. Oza no tenía espacio. Eso fue en 2004 porque la ordenanza prohíbe desde entonces dar sepultura en la tierra.
Además, el perímetro encierra otras curiosidades. Aquí están los restos de la familia de fundidores Solórzano del siglo XIX, que fueron descendientes directos de Sargadelos. Dos de sus tumbas se perfilan con elementos de hierro fundido como filigranas y hasta pequeñas figuras aladas que tienen el sello de la propia firma. El experto Felipe Senén señala que los Solórzano fueron claves en el desarrollo industrial de A Coruña al arrastrar a la ciudad a los maestros fundidores de la fábrica.
Corte romántico
El museólogo contextualiza la obra. La relaciona con el romantiscismo, después de la Ilustración, cuando “os cemiterios xa non se fan nos adros das igrexas, senón máis retirados”. De esta forma, la construcción queda a algunas manzanas de la parroquia de Santa María de Oza a la que pertenece, de corte neoclásico “e importante porque demostra o poder deste concello”. Y es que esta parte de la península fue independiente hasta 1912, cuando se anexionó al resto.
El hecho de ocupar el istmo la convirtió en poderosa, con una extensión que incluía Elviña, San Cristóbal das Viñas y Visma. Senén aclara que hasta aquí se trajeron “mortos da Guerra Civil de ideoloxía republicana”. La de Solórzano comparte espacio con la de Juan Rodríguez, conocido como el médico de los pobres y el último alcalde de Oza, para el que los vecinos piden una nueva placa: “El Ayuntamiento nos solicitó fotos sobre cómo era la original para hacer una réplica”, afirma Sexto. En Oza descansan también los restos del guerrillero antifranquista Manolito Bello, que fue condenado al garrote y ejecutado en 1946. El barrio acuna un perímetro mortuorio con personalidad. No es una parada en vano. Su naturaleza distinta alimenta a doña curiosidad.