Cuando las tumbas hablan
El rito funerario ha sido, mayoritariamente y hasta el siglo XX, enterrar a los difuntos. Todos los barrios rurales de la ciudad tienen sus propios cementerios, son de gestión municipal, y desde el Ayuntamiento de Zaragoza se ha impulsado la edición de un libro que recoge las características de todos ellos. La publicación, con el título Historia de los cementerios de los barrios de Zaragoza, es obra de la investigadora y jefa de la Unidad de Patrimonio Urbanístico del ayuntamiento de Zaragoza, Isabel Oliván.
«Han salido a la luz datos que se desconocían. Es un tema que no se había estudiado nunca, excepto en Movera, donde algún estudioso había publicado datos en una página web», explica Oliván. «Aunque los cementerios se asocian al duelo, más allá del aspecto emotivo y personal, deben entenderse como espacios también para visitar, pues son lugares de interés histórico y cultural y forman parte del núcleo del barrio, de su antropología y su patrimonio», apunta Oliván.
La labor de investigación estudió fondos de archivos diocesanos y parroquiales, pero también de «la prensa de finales del siglo XIX y principios de XX, que publicó las inauguraciones de algunos de ellos y también visitas del alcalde que la población aprovechaba para reivindicar reparaciones en los cementerios», señala Oliván.
El estudio se centra en los barrios de Alfocea, Casetas, Juslibol, Montañana, Monzalbarba, Movera, Peñaflor, San Juan de Mozarrifar y Torrecilla de Valmadrid. El de Garrapinillos no se incluye pues no es propiedad municipal y lo gestiona la Junta Vecinal. Tampoco el de la Cartuja, propiedad de la Diputación Provincial de Zaragoza (DPZ).
Interés artístico
«Están muy bien cuidados. La imagen al entrar en cualquiera de los cementerios es muy buena», puntualiza Oliván. Entre todos, destaca por el interés artístico el de Alfocea, situado en un pequeño cerro al oeste de la población, que está calificado como Bien de Interés Cultural pues alberga restos de lo que fue el castillo de Alfocea y la ermita de Santa Ana, un paño de muro con cinco contrafuertes, una estructura de bóveda apuntada y una pequeña hornacina de cronología posterior.
Pero también el de Casetas tiene el honor de haber sido proyectado por el arquitecto Ricardo Magdalena, en 1898. Con futuras ampliaciones llegó a la actual superficie de 5.283 metros cuadrados, pero sigue quedándose pequeño ya que el barrio es uno de los más poblados (tiene casi 8.000 habitantes).
Una curiosidad es que en el proyecto inicial de Magdalena se había previsto la construcción de un cementerio para los no católicos, pues en Casetas residían muchos extranjeros, y así lo recomendó el párroco, pero no llegó a ejecutarse. Y en los que sí se hizo, las zonas fueron luego utilizadas como espacio bendecido para los cátolicos «por la escasa demanda», observa Oliván.
También fue el arquitecto Magdalena el responsable del proyecto y ampliación posterior del cementerio de Juslibol, donde se conserva la portada original, ejecutada en ladrillo visto y con elementos de cierre ornamentales de inspiración historicista.
«La mayor parte de los proyectos eran suyos. Magdalena cumplía rigurosamente la normativa higienista, pero sus presupuestos no podían ser cubiertos por el ayuntamiento y eran los vecinos quienes aportaban la mayor parte. Si un presupuesto era de 7.000 pesetas y el ayuntamiento solo aportaba 1.000, el resto lo ponían los vecinos», explica la autora del libro.
En otros casos son las cofradías las que gestionan el cementerio, como la de San Blas en Monzalbarba o Nuestra Señora del Rosario en Montañana, que lo hace todavía desde 1821.