Las cenizas inmortalizadas en una escultura
Las estatuas de dos sacerdotes engalanan la entrada del cementerio Jardines de Santa Isabel, en las afueras de Tunja, sobre la vía que lleva a Duitama en Columbia. Llaman la atención no solo por la ubicación en un lugar visible y por sus dimensiones –son casi de tamaño natural–, sino porque contienen las cenizas de quienes las inspiraron, obviamente, luego de su fallecimiento.
El procedimiento empleado para transformar los desechos de la combustión humana hasta que luzcan como monumentos en honor a sus dueños se llama cristalización, y es uno de los secretos que guarda con el hermetismo de una tumba Siervo Molano, un veterano empresario exequial que se precia de haber introducido un sinnúmero de innovaciones en su sector.
El precio de una obra de estas características puede oscilar entre los dos millones de pesos (650 euros) un Divino Rostro, cuya forma está prefabricada en un molde estándar de unos 30 centímetros, hasta multiplicar esa cifra varias veces, dependiendo del tamaño y de si los interesados quieren una imagen única, hecha por un escultor reconocido.
Hasta el momento, alrededor de 20 restos humanos se han sometido a dicho proceso en el país. “Si me proponen que haga un caballo con las cenizas o una cosa inadecuada, yo no lo voy a hacer, por falta de respeto con el ser humano”, dice enfático Siervo. En general, los deudos buscan preservar la memoria de sus seres queridos sin detenerse en disquisiciones teológicas. Por esa razón no ven qué contradicción puede haber con la disposición papal difundida a finales de octubre pasado bajo el nombre de Instrucción Ad resurgendum cum Christo.
Allí el pontífice advierte que “no será permitida la dispersión de las cenizas en el aire, en la tierra o en el agua, o en cualquier otra forma; o la conversión de las cenizas en recuerdos conmemorativos, en piezas de joyería o en otros artículos”.
Y advierte incluso que si acaso el difunto pidió que sus cenizas se dispersaran “por razones contrarias a la fe cristiana”, se deben negar las exequias.
El propio Molano dice que “la opinión del Papa es sagrada”, pero que “las religiones han tenido unos cambios muy profundos”, además de que este servicio está dirigido a personas de distintos credos. “Creo que hay otra vida y la esencia divina de la persona va allá; pero los restos, los cristales de calcio, quedan aquí y cada quien es autónomo en cómo quiere que lo preserven”, argumenta por su parte Pilar Palacios, hija de Ismael Enrique Palacios, la primera persona cuyos despojos mortales se sometieron a la cristalización por la empresa de don Siervo.
Palacios fue también el primer boyacense en participar en vueltas a Colombia. Corrió la tercer y cuarta edición de esas competencias (1953 y 1954) y lo conocieron en el mundo de las bielas como la ‘Bruja’. Pero a la par con su pasión por la bici, llevó por muchos años la contabilidad en varios negocios de don Siervo. Por eso, en el 2006, cuando el fundador de la Organización San Francisco (de la cual hace parte el parque Santa Isabel) hacía los primeros ensayos con la cristalización, la ‘Bruja’ no dudó en ofrecerse como ‘conejillo de Indias’. A sus 72 años padecía un cáncer gástrico que le auguraba un pronto desenlace fatal.
Según cuenta su viuda, Rosa Bellón, ocho días antes del deceso, él mismo llamó al escultor Delfín Ibáñez, el yerno, para expresarle su última voluntad: en vez de meter sus cenizas en una urna, quería una escultura que lo inmortalizara. La efigie de la ‘Bruja’ dispuesta en un pedestal dentro del Santa Isabel lo muestra en su cuarto de hora de gloria: en pantaloneta, medio montado en su bicicleta y llevando en alto el galardón que le dio la Gobernación de Boyacá por ganar una etapa que llegó a Cali. Una parte de las cenizas fue a dar al pecho y otra, al trofeo. Para hacerla, el artista utilizó una foto publicada en los periódicos de la época.
Ibáñez modeló asimismo al hermano franciscano Samuel Zuluaga, uno de los ‘guardianes’ apostados en el ingreso al cementerio Santa Isabel.
Zuluaguita, como llamaban al religioso de origen antioqueño, había esparcido la fe cristiana por los pueblos de varios departamentos y desde que abrieron el Santa Isabel oficiaba con frecuencia servicios allí, por lo que trenzó una profunda amistad con don Siervo. “Murió casi de 90 años; era de una familia muy adinerada y dejó todo por dedicarse a esa misión. Por eso la escultura es como un homenaje a la humildad”, apunta Ibáñez, quien se jacta de la fidelidad de la figura de cemento con el ser de carne y hueso al que emula.
La escultura pesa más de 100 kilos y muestra a Zuluaguita esbelto, con sotana café y sandalias; gafas de miope y una expresión bondadosa. Con la mano derecha toca un mapamundi mientras que en la izquierda reposa la Biblia.
En este caso el escultor hizo la estatua y dejó el hueco para que el personal de confianza de don Siervo pusiera las cenizas cristalizadas dentro del globo terráqueo. De idénticas proporciones es la escultura del padre Filemón Arsenio Fuya Vargas (1955-2011), que está en un nicho vecino a la anterior. Se distingue por la Virgen de Guadalupe rodeada de ángeles estampados en el hábito de colores crema y blanco. Quien ve la imagen puede imaginar que se le acerca un niño, a juzgar por la dirección de su mirada y por la manera como el padre extiende sus manos, como para acogerlo.
A diferencia de Zuluaguita, Fuya ejerció casi todo su apostolado en Estados Unidos. Aunque la familia del presbítero prefiere no rememorar la obra de este por preservar su privacidad, no debe ser coincidencia que las cenizas estén en el pecho, lo más cerca posible del corazón.
La tercera escultura hecha por Ibáñez con cenizas humanas y que, igualmente, reposa en este camposanto, es la de Gloria Esperanza Orduz de Pérez, prominente maestra, suegra de un sobrino de don Siervo. La imagen está metida en un templete formado por cuatro palmeras que al juntarse estructuran el techo con sus follajes. No es tan grande como las de Fuya y Zuluaga, pero igual está cargada de simbolismo.
Cuenta Ibáñez que varias veces la matrona les cantaleteó a sus hijos que quería convertirse en un ángel y si bien ellos se enojaron con el que consideraban un embeleco, el día de su muerte accedieron a concederle el deseo. Efectivamente, el artista trabajó a un ritmo frenético para tenerla en la misa del primer mes. El modelo del cuerpo fue un ser alado de los que salen en los novenarios y lo combinó con la cara de la señora Orduz el día en que hizo la primera comunión.
“Ellos querían tomar parte del alma de ese ángel, y como ella insistió tanto, en esa parte estructural a la que yo llamo el alma de la escultura, porque es la esencial, el soporte, ahí usé las cenizas”, explica Ibáñez. El libro entre las manos es una alegoría a la profesión de la homenajeada y las flores en el pecho representan a su esposo, sus dos hijos y su nieta.
Experiencia de pánico
Si bien la mayoría de las figuras realizadas con sustrato corpóreo están en cementerios –en especial en el Santa Isabel– varios deudos han optado por llevarlos a la casa con el fin de mantener siempre presentes a sus seres queridos que se han marchado. Es más, don Siervo habla de un usuario de su invento que decidió hacer de su madre un Sagrado Rostro y ubicarlo en un nicho de su finca.
Así ocurrió también en un principio con la familia de Tránsito Suárez, fallecida en octubre del 2015, pero la experiencia resultó espantosa. Clara Ismenia Fonseca, su hija, la veía en sueños con la misma expresión de regaño que ponía cuando ella era niña. Le decía que la sacara de allí. Además, Nelson, otro hijo que heredó la habitación de la muerta comenzó a sentir que la imagen puesta sobre la mesita de noche se movía y le hacía mala cara.
Desde abril del año pasado la pasaron a un cementerio y Clara Ismenia asegura que aún se le aparece, pero con cara de estar descansando en paz. En el cementerio, don Siervo ofrece otras posibilidades de conservación de las cenizas: la tradicional preservación en urnas que se depositan a su vez en pabellones adornados con tabletas de mármol importado, un nicho incrustado en las paredes de las tres capillas majestuosas que posee el cementerio, o sembrar un árbol en el que ellas identifiquen con una placa al finado.
El plan del ingenioso empresario es que en 50 años sus descendientes saquen todas las cenizas depositadas en el cementerio (claro que con permiso de sus dolientes) y elaborar con ellas una obra de arte inmensa que se exhiba en el parque. Lo paradójico es que al preguntarle en qué quiere convertirse cuando su cuerpo se vuelva polvo, trastabilla y hace pensar que no ha planeado qué forma le gustaría tomar.
Un homenaje a su hermano
Para honrar a su hermano Marco Alfredo Molano, muerto en julio del 2016, don Siervo le hizo una foto con lo que más lo caracterizaba: sombrero de ala ancha y expresión adusta. Luego, le encargó al maestro Jorge Alvarado un dibujo a la plumilla, con base en la foto, y hoy se puede ver en el atrio de la capilla principal del cementerio Jardines Santa Isabel, situado en la vía que conduce de Tunja a Duitama. En la parte posterior el visitante verá el compartimiento donde se conservan las cenizas.