Mausoleos que son una pesada herencia
Primero llega la muerte. Después, el olvido. Los mausoleos del cementerio de La Carriona, (Avilés) majestuosas piezas de arte funerario, colmaron las aspiraciones de boato de la nobleza y alta burguesía avilesinas, pero hoy, un siglo después, son metáfora del paso del tiempo que descarna por igual el recuerdo de los pobres que el de los ricos.
Es más, en muchas ocasiones acaban convirtiéndose en una pesada carga para los herederos de aquellas nobles familias, una carga de la que no es fácil deshacerse ya que la venta de los mausoleos, aunque anhelada por algunos, no está permitida.
Fue en 1890 cuando Avilés, que vivía entonces una etapa de desarrollo económico vinculado al comercio marítimo, construyó el cementerio municipal de La Carriona. Los arquitectos y escultores más importantes del momento pusieron su arte al servicio de nobles y burgueses, que anhelaron plasmar en la necrópolis su poder económico y relevancia social. Los panteones más majestuosos se fueron distribuyendo en los lugares más céntricos y privilegiados del cementerio que diseñó Ricardo Marcos Bausá: flanqueando el acceso principal y en torno a la capilla. Juan de Bolado, Manuel del Busto, Antonio Alonso Jorge y Cipriano Folgueras firman algunas de estas fastuosas creaciones que combinan nobles materiales, fundamentalmente mármol blanco, con piezas escultóricas, vidrieras de cuidados diseños y trabajos de rejería.
Las familias Fernández Balsera, Fernández Ovies, Zaldua y Carvajal, Marqueses de Teverga, Castro, Menéndez y López, Arias Carvajal, Marqueses de San Juan de Nieva -que tiene un premio nacional a la mejor escultura funeraria- , Fernández Valdés, García Galán, José Cueto, Menéndez Valdés, Arias Carvajal, Maqua-Escandón, López García, los Maribona y unos pocos nombres más son quienes monopolizan los espacios centrales del camposanto avilesino. Destaca también el enterramiento de Armando Palacio Valdés con sus matas de madreselva, que es una singularidad porque fue el Ayuntamiento el que donó el terreno para la construcción del mausoleo. También resulta notable, por sus grandes dimensiones despojadas de cualquier ornamento y gusto estético el monumento en recuerdo a los caídos de la Guerra Civil.
Cuenta Andrés Martín, responsable del aula de interpretación del cementerio de La Carriona, que hasta hace menos de una década quienes compraban una parcela lo hacían «a perpetuidad». Actualmente, se trata de una concesión por 99 años. Hasta esa última normativa los propietarios podían vender las estructuras funerarias -el terreno siempre será propiedad municipal-, pero actualmente sólo se puede vender a un familiar, o legar en herencia. Y, con los años, muchas de aquellas sagas se han ido desperdigando, residen lejos, o no tienen herederos, o a lo peor ni recursos para mantener en condiciones estas piezas de arte funerario. Un recorrido por la avenida principal deja imágenes de un estado avanzado de deterioro. «Apenas un 20% de los mausoleos están bien conservados», asegura Martín.
Otra opción es la que tiene el Ayuntamiento de expropiar las propiedades que no hayan sido utilizadas en los últimos 20 años. «En las últimas décadas se expropiaron 50 enterramientos que luego, una vez vaciados, se volvieron a vender», explica el responsable del aula de interpretación. También existe la posibilidad de renunciar a la propiedad. Pero con los mausoleos ninguna de estas dos opciones se ha puesto en práctica hasta ahora. Y rehabilitarlos es caro, muy caro. Cuando todavía había pesetas se pagaron 8 millones en acondicionar uno de ellos, según Martín. Y eso sin contar licencias de obra. Y sin que existan subvenciones de ningún tipo. Las herencias, a veces, son una carga muy pesada.