[VÍDEO] Conoce los secretos del primer cementerio Judío de México
En medio de la enorme metrópoli que es la Ciudad de México se encuentra el primer cementerio judío de México. Fundado en 1914, el terreno comenzó a prepararse para recibir a los primeros judíos, que recientemente asentados en este país, serían enterrados en un cementerio judío en suelo mexicano.
Paloma Sulkin, escritora del libro Tierra para echar raíces, cementerios judíos en México, realizó un recorrido por el cementerio de la comunidad Monte Sinaí y con explicaciones acertadas logró que los asistentes conocieran y percibieran a la perfección todo el lugar.
El pasillo es largo, hay mucho que recorrer, pero vale la pena no apresurarse, pues en las primeras filas del cementerio podemos encontrar tumbas sumamente antiguas, tumbas de nada más y nada menos, que de tiempos de la Revolución Mexicana.
En la primer fila se encuentra la tumba de Isaac Capón, uno de los primeros directivos de la Comunidad judía de México, y si seguimos avanzando podemos llevarnos una sorpresa al darnos cuenta que algunas familias decidieron poner fotografías de su ser querido fallecido sobre la lápida, esto ya no se acostumbra más, sólo se puede observar en tumbas de la segunda y tercer década del siglo XX.
Entre estas tumbas antiguas, una posee algo en particular, es una inscripción en árabe que, aunque borrándose por el paso del tiempo, demuestra la influencia árabe en las familias judías, provenientes de Siria. De pronto, es extraño encontrarse con seis tumbas iguales, se trata de una familia que, de manera trágica y repentina, encontró la muerte en el terremoto de 1957.
Por otro lado, hay lápidas que tienen un elemento roto, simbolizando vidas que terminaron antes de tiempo. Imposible evitarlo, la mirada se dirige hacia el espacio más triste, se trata de los niños, tumbas pequeñitas que irradian una pesada nostalgia, y entre ellas yacen algunas lápidas más pequeñas, sin nada escrito provocan las más profundas compasiones, son los bebés o los neonatos que murieron antes de recibir un nombre.
Seguir caminando es como hacer un viaje en el tiempo, pues las lápidas van cambiando un poco de materiales y un poco de diseño. Hay manos que indican que ahí descansa un Cohen, una Menorá, un Maguen David, piedras que recuerdan el Muro de los Lamentos y hasta podemos encontrar la figura de los Diez Mandamientos.
Entre las lápidas se pueden observar algunos espacios desocupados, son lugares que pacientemente esperan a alguien, lugares reservados. De pronto, el largo pasillo se interrumpe por una hermosa escultura, es un homenaje al Rabino Abraham Mizrahi, quien fue guía espiritual de la Comunidad durante 37 años.
Más adelante se encuentra la Guenizá, ese espacio en donde son enterrados todo tipo de objetos y documentos sagrados. Y así, este espacio desbordado de una energía especial, hay una escultura que embellece todo el lugar así como las lápidas de las parejas que decidieron descansar juntas para toda la eternidad.
Las piedras duermen sobre las lapidas, pruebas tangibles de que alguien estuvo de visita, resulta extraño, pues aunque inertes, esas piedras dicen demasiado, pues son piedras que gritan “Estoy aquí, te amo y te sigo extrañando”.
En un lejano rincón, se encuentran dos lápidas; se trata de dos hombres que, en aquellos tiempos violentos de la Revolución, fueron encontrados con cartas en árabe que los hicieron parecer espías y sin tiempo ni interés de ser investigados, simplemente fueron fusilados.
Así termina el recorrido, pero si levantamos la mirada podemos ver un terreno vacío. Se trata de un espacio ya comprado, un espacio que espera a las próximas generaciones de la Comunidad Monte Sinaí pero que por el momento preferimos evitar, un espacio necesario para cuando se terminen nuestros días, para cuando llegue ese momento de la despedida definitiva.
Pero por el momento, un mundo nos espera allá afuera, así que, por tradición judía, nos enjuagamos las manos antes de irnos , pues mientras D-os nos regale vida, vale la pena vivir al máximo cada instante y cada día.