La última voluntad de Éscaro
En la ladera de la montaña, a las afueras del pueblo, las almas de la localidad leonesa de Éscaro, uno de los nueve pueblos pertenecientes al municipio de Riaño cuando éste fue anegado, reposan serenas mientras el tiempo transcurre.
De aquella hermosa villa, que parecía dibujada sobre un papel con un fondo verde, nada quedó en pie. La piqueta fue un martillo incontenible, un depredador voraz que terminaba con todo aquello que salía a su paso.
Golpe a golpe fueron desapareciendo las viviendas, y sus recuerdos, que quedaron enterrados para siempre en el fondo de un valle único.
La última voluntad de los vecinos de Éscaro brotó del corazón: que la piqueta no entre en el cementerio, que se respete del camposanto, porque bajo él reside la memoria y el recuerdo.
Resistencia
Hubo días de incertidumbre hasta que se anunció el respeto a tan humana petición. En Éscaro la barbarie se detendría a la puerta del cementerio, y allí tampoco se recubriría la zona de hormigón como ocurrió en el resto de los pueblos.
Desde entonces el cementerio de Éscaro se mantiene ‘vivo’ en la ladera de la montaña. Allí se resiste a ser devorado por el agua. Cuando el pantano alcanza su cota máxima el agua ‘crece’ hacia las tumbas más próximas a la puerta de acceso. A renglón seguido se rearma desafiante y resiste hasta la siguiente embestida.
Su presencia recuerda una tristeza que se extiende desde el verano de 1987. Huelde, Anciles, La Puerta, Pedrosa del Rey, Riaño, Salio, parte de Burón y Vegacerneja murieron entonces… pero sus almas viven… en Éscaro.