«La disección de cadáveres no tiene nada que ver con una película de terror»
Consciente de que su oficio a menudo se vincula con una película de terror, Camino Braojos nos abre las puertas de una de las salas más preciadas y protegidas de la facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid. Es el habitáculo donde más horas pasa esta técnico de Anatomía, dedicada a la disección de cadáveres.
Un lugar donde se respira respeto, concentración y aprendizaje. Como ella misma explica, «mi trabajo no tiene nada que ver con ese aspecto oscuro, turbio y macabro que la gente piensa. Cumplimos con la voluntad de las personas que han querido donar sus cuerpos a la ciencia y los preparamos para la formación de los médicos que nos curan».
Por un lado, permite a los estudiantes de medicina conocer la anatomía humana más allá de los dibujos y la infografía de los libros académicos y por otro, los especialistas ya en activo pueden practicar algunos tipos de cirugías complejas antes de realizarlas en los pacientes.
Pero hasta que el cuerpo donado llega a estas manos, debe pasar por las de técnicos como Camino. Son ellos quienes se encargan de recibir el cadáver e iniciar el proceso de embalsamamiento. Lo primero que «hacemos por higiene es cortarle el pelo» y a continuación «inyectamos con técnicas de perfusión intravascular entre 10 y 15 litros de un líquido que preparamos nosotros mismos y que llega a todo el cuerpo a través del sistema circulatorio».
Cada cadáver se introduce verticalmente (con un arnés en el cuello y peso en los pies) en unos tanques de inmersión con el mismo líquido utilizado previamente y es en este espacio de unos tres metros cuadrados donde permanecen entre seis meses y un año hasta que termina su proceso de fijación. Pasado este tiempo, se trasladan a una cámara refrigerada de conservación en la que permanecerán mientras se estudia en ellos. Al cabo de dos o tres años, «ya se consideran restos anatómicos y son enviados a incinerar en hornos funerarios homologados».
Dependiendo del uso que se vaya a hacer del cuerpo, el embalsamamiento se realizará en formol o thiel. Con el segundo, «el aspecto resulta más similar al estado premortem. El formol deja los tejidos más rígidos», puntualiza Camino.
Por eso, cuando el cadáver se utiliza para la docencia de alumnos, «se opta por el formol, porque le da más consistencia», aclara Camino. Durante los dos primeros años de la carrera de Medicina, los estudiantes trabajan las asignaturas de anatomía humana con el cuerpo entero. «Empiezan tocando huesos y articulaciones de nuestra colección, observando las estructuras de piezas que tenemos preparadas de hombro, mano o rodilla, viendo vísceras, músculos, nervios, ligamentos y después, ya abren el tórax y visualizan los pulmones, el corazón, el intestino, el abdomen, la pelvis…».
Sin embargo, cuando el objetivo es que los médicos practiquen una cirugía concreta antes de ejecutarla en un paciente vivo, lo ideal es el thiel, porque otorga mayor flexibilidad. Ginecología, urología, cirugía en general… «Tenemos otorrinos, maxilofaciales, dermatólogos, traumatólogos… Para llevar a cabo una cirugía compleja o para realizar cursos, por ejemplo, sobre el implante coclear o laparoscopia».
Según el objetivo, las necesidades pueden ser muy variadas. A veces solicitan cuerpos con características determinadas, «como que no hayan tenido cáncer de colon o de vejiga, o los dermatólogos, por ejemplo, piden que en la medida de lo posible no sean personas muy demacradas». Afortunadamente, remarca Camino, «la mayoría de los donantes son mayores de 70 años. También los hay de 60, 50. Raramente te llega algún cuerpo más joven».
En este tipo de donaciones, apenas hay restricciones, salvo que no hayan pasado más de 24 horas tras el fallecimiento, que no se haya practicado una autopsia, no se hayan extraído órganos o tejidos para trasplantes (excepto de ojos) ni tenga enfermedades infecto-contagiosas graves (hepatitis, sida, tifus, fiebre amarilla, cólera, etc.). «A veces, por circunstancias, no puedes donar órganos, pero a la ciencia sí», propone Braojos.
Camino nunca imaginó que trabajaría en una sala de disección de cadáveres. «No es el tipo de oferta que aparece en un anuncio del periódico». Al poco de terminar su contrato como técnico de anatomía y citología en el Hospital La Paz de Madrid (preparando muestras para el patólogo), «me llamó una doctora que había trabajado conmigo para avisarme de esta vacante». No sabía lo que se iba a encontrar, «nadie te habla de esta salida laboral», pero tampoco tenía «reparo ni miedo». Según explica, «en La Paz hacíamos rotaciones y ya me había tocado hacer autopsias, así que no me pillaba muy de nuevas».
Puede que el primer día fuera un poco expectante, pero este oficio conquistó por completo su interés y su compromiso. Muy concienciada con su labor, asegura que uno de sus cometidos es «cambiar esa idea macabra que la gente tiene de mi trabajo y transmitir el fin y el valor de lo que hacemos cada día». Y agrega: «Las cosas se pueden contar de muchas maneras. Descarto la morbosa y elijo la profesional».
El sentido de donar el cuerpo a la ciencia
«Creo que gran parte de las personas que donan su cuerpo a la ciencia no saben exactamente qué se va a hacer», afirma Camino. «Creen que servirá para estudiar enfermedades como el cáncer o el Alzheimer» y realmente no es así. «Gracias a ese cuerpo, los estudiantes de medicina aprenderán a fondo la anatomía humana y los médicos y cirujanos en ejercicio podrán practicar nuevas técnicas médicas sin riesgo para el paciente».
También permite a los investigadores que lleven a cabo estudios y diseñen procedimientos quirúrgicos que sean más eficaces y tengan menos complicaciones, por ejemplo, para la reconstrucción de fracturas o para la extirpación de tumores. «Si la gente conociera más el fin, probablemente habría más donantes. Estaría bien crear más conciencia en este sentido».
Publicado en: El Mundo