La tragedia de Biescas y la DANA: Cuando las comunidades se unen en medio del dolor
Estos días, mientras contemplamos atónitos las consecuencias de la DANA, no he podido evitar que viniese a mi recuerdo la fecha del 7 agosto de 1996. Yo me encontra entonces en mi pueblo, Biescas, y aquel día marcó una fecha que la memoria colectiva nunca olvidará.
Aquella tarde, en el camping Las Nieves, una devastadora riada acabó en segundos con la vida de 87 personas y dejó a 180 heridas. El agua reclamó un cauce que una vez fue suyo, desbordó su furia, y el Pirineo aragonés se convirtió en escenario de uno de los peores desastres naturales de la historia reciente de España. Fue una tragedia que arrasó con vidas, pero también despertó en la comunidad un espíritu de ayuda y solidaridad que pocas veces se llega a ver.
Yo estuve ahí, tenía 18 años. Formé parte de los grupos de voluntarios que, entre escombros y lodo, ayudaron a buscar víctimas y retirar restos en medio de un panorama desolador. Aquel día, Biescas era una escena de dolor, pero también de valentía y empatía. Gente del pueblo, equipos de Protección Civil, Guardia Civil, y fuerzas de rescate nos unimos para responder al llamado de la emergencia. Cada minuto contaba, cada voz de ayuda retumbaba en un paisaje donde el silencio solía ser dueño. El trabajo fue agotador, pero la determinación de todos los que estábamos allí nunca flaqueó.
Este episodio no solo reveló la fragilidad de las construcciones en lugares de riesgo, sino que dejó una importante lección sobre la gestión y permisos para urbanizar en zonas con antecedentes de avenidas de agua. La tragedia impulsó una revisión de los criterios de seguridad en los campings y edificaciones cercanas a cauces, recordando que la naturaleza siempre reclama su espacio original con una fuerza implacable.
Aquel año yo comencé la carrera de Geología en la Universidad de Zaragoza, y poco tiempo después, hablando con un profesor durante una excursión de campo cuyo recorrido cruzaba delante del lugar que ocupó el camping, nos comentó que desde hacía muchos años, incluso las excursiones de la Universidad Complutense de Madrid organizadas por la Facultad de Geología que trazaban ese mismo camino hacían una parada específica para ver in situ un claro ejemplo de riesgo geológico, que quedaba patente para el ojo experto tan solo con observar las dimensiones de las rocas arrastradas por riadas previas y depositadas en el abanico aluvial del barranco, y concluyendo cuál debería de ser el caudal mínimo para arrastrar semejantes depósitos. Con esto quiero decir que, por mucho que las autoridades muchas veces declaren que los riesgos en ciertas zonas son imprevisibles, la ciencia les lleva rotundamente la contraria.
A nivel institucional, el impacto de la tragedia fue profundo. Los forenses de Aragón se volcaron en atender a las familias de las víctimas en el Palacio de Hielo de Jaca, un esfuerzo que llevó al gobierno aragonés a considerar la necesidad de contar con mejores instalaciones para emergencias futuras. Fue entonces cuando se estableció el Instituto de Medicina Legal de Aragón (IMLA) en San Gregorio en 2003, un recurso esencial para responder adecuadamente a incidentes de gran escala, en lugar de depender del antiguo Anatómico Forense.
Aquel verano Biescas mostró un ejemplo de unidad y de humanidad. Los vecinos se entregaron por completo a la ayuda, acompañados por la intervención de la UME, Protección Civil y otros cuerpos de rescate.
Cada catástrofe trae consigo una lección. Lo vivimos en Biescas y también en cada nueva tragedia, como la reciente DANA que golpeó a la Comunidad Valenciana. Historias de comunidades unidas, militares desplegados en apoyo, y vecinos ayudando sin descanso se repiten como recordatorio de que, aunque el dolor de cada pérdida es inmenso, siempre hay quienes están dispuestos a entregar su tiempo, esfuerzo y corazón por los demás.