Un macabro negocio en Zimbabue: Desenterraban cuerpos para revender tumbas, hay cuatro arrestados
En el cementerio Restland Memorial Park, ubicado en Harare, la capital de Zimbabue, un oscuro negocio ha salido a la luz. Cuatro hombres fueron arrestados por profanar alrededor de 380 tumbas, un acto macabro que ha conmocionado al país. La investigación ha revelado un esquema que involucraba a varios sepultureros, quienes, bajo las órdenes de su jefe, vaciaban tumbas para revender los espacios a nuevos clientes sin que ellos supieran lo que sucedía.
La historia comenzó con el arresto de Tinashe Chiguma, uno de los sepultureros implicados, quien, según la Policía de Zimbabue, alegó haber tenido visiones de los muertos pidiendo que se conociera el destino de sus cuerpos. Esta declaración inicial llevó a la detención de tres hombres más: Edwin Muronzi, su jefe, y los sepultureros Moses Gwanya y Kudakwashe Humure. Todos ellos están acusados de desenterrar y eliminar los restos humanos de unas 380 tumbas para revender los espacios funerarios.
Muronzi, el jefe de los sepultureros, pagaba entre 15 y 20 dólares a cada trabajador por vaciar una tumba. Su equipo de sepultureros no solo retiraba los esqueletos, sino que también destruía cualquier objeto tradicional dejado en los entierros, arrojándolos en una zanja o una presa cercana. Después de limpiar y preparar los espacios vacíos, los revendían a nuevos clientes que buscaban un lugar donde enterrar a sus seres queridos. Este macabro negocio se llevó a cabo a escondidas, mientras las familias no sabían que los cuerpos de sus seres queridos ya habían sido removidos.
La Policía de Zimbabue, en su comunicado, explicó que la investigación sigue en curso, y un equipo forense está trabajando para identificar los restos humanos y rastrear todas las tumbas profanadas. Este caso ha dejado una profunda marca en la comunidad, revelando la vulnerabilidad de los espacios funerarios y la corrupción que puede infiltrarse incluso en los lugares de descanso eterno.
El acto de violar tumbas no solo ha impactado a la sociedad de Zimbabue, sino que ha puesto en evidencia un crimen que traspasa las fronteras del respeto y la ética, y que desafortunadamente refleja la desesperación por el dinero fácil a costa de la memoria y el descanso de los fallecidos.